La Opinión de Cuenca

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Pícaros, embaucadores, hechiceros y nigromantes. Jerónimo de Liébana (VIII)

Historia


Llegado el día jueves, nueve de diciembre, a lo que se quiere acordar, habiendo ayunado en la forma ordinaria éste y los demás, el día jueves y el miércoles antes se juntaron y a las doce de la noche, en un aposento de la casa donde éste posaba, que era la de Juan Bautista Quijada, que es en el segundo alto subiendo la escalera a mano derecha y pasando una sala que está primero; y el aposento tiene ventana con reja que cae a la calle y es casi cuadrado, en el cual estaba hecho un círculo grande que cogía de pared a pared, con otro de más de media vara adentro, hecho con tinta negra, y entre raya y raya muchos caracteres y figuras de plantas y nombres de los espíritus que quería ligar, que son los que tiene declarados en la audiencia pasada, y otros de que no se acuerda. Y dentro de los círculos se pusieron tres braserillos con lumbre y crisoles con los metales, y estando así esto como las demás cosas prevenidas para la fundición, al punto de la dicha hora de las doce de la noche, el licenciado Gabriel García se revistió de los ornamentos sacerdotales que ha declarado estaban prevenidos para este efecto, y él mismo, después de revestido, encendió la vela llamada candelabro con siete luces y en cada una estaba una arandela de papel caracterizado en forma de círculo. Y luego puso olores en los braseros, y respecto de oler mal entiende que debían de tener algunas mezclas de sangres, hierbas y los huesecillos de las criaturas que ha declarado, porque no las vio servir en nada. Y así tiene por cierto que todo lo tendrían mezclado para este efecto. Luego dijo un salmo a cada una de las cuatro partes del aposento, que no se acuerda cuáles fuesen más del que comienza: “Exurgit Deus”, y los diría sin Gloria Patri, sin ayudarle a esto nadie. Luego, tomó el libro Sacro, y leyendo recio unos conjuros de las primeras hojas, en llegando a cierta parte que tenían señalada, iba vaciando las seis imágenes; primero la de oro, que era la figura del rey nuestro señor, la cual correspondía al marqués de Valenzuela y en la que se habían de ligar los espíritus que eran para el marqués, y las demás correspondían a los dichos don Marcos, Guñibay, Juan Bautista Quijada, licenciado Gabriel García y Pedro Bautista, que eran las cinco personas que estaban en el aposento juntamente con éste (Jerónimo de Liébana), aunque éste no tenía en aquélla más parte que el asistente y ayudarles para los fines que ya tiene declarados. Y así se acabaron de vaciar todas seis figuras como a las tres de la mañana del viernes siguiente, continuándose ir cebando los braseros de carbón declarado de olivo, sauce y perfumes. Sacaron las seis figuras, que eran del tamaño de un jeme de alto, poco más o menos; y la figura de oro, que correspondía a su majestad, tenía una ropa rozagante; y en una mano, un mundo y en la otra mano dos llaves, que después le pusieron, pequeñas, una de oro y otra de plata. Estaba de pies sobre una peana pequeña. Y las figuras todas eran de relieve entero y decían que era la figura de Júpiter, y las demás figuras estaban sin adorno alguno, sino desnudas. Y acabado esto se desnudó el dicho clérigo de las vestiduras sacerdotales, y quedándose todo en el aposento se cerró, quedándose éste con la llave de él y los demás se fueron a recoger. Antes de las ocho de la mañana del mismo viernes volvieron todos cinco y, abriendo éste el aposento y acompañándolos, entendieron en pulir las figuras y caracterizarlas con unos buriles y otros hierros que tenían prevenidos para ello, en la forma que lo demás. Acabada una de las cinco figuras de estaño, pusieron una tirita de tafetán, que algunas se acuerda eran verdes, y en la peana de la figura de oro grabaron unas letras que decían: “Philipus quartus”, las cuales grabó Guñibay, y en algunas partes del cuerpo también le puso algunos caracteres. 

Este día viernes se ocupó todo él en lo referido, ayudando todos y éste, sin comer en todo el día hasta otro a las cinco de la mañana que almorzaron carne, aunque era sábado. El dicho día viernes a las doce de la noche, estando todos cinco y éste en el aposento y prevenido todo lo necesario, Guñibay se revistió las vestiduras sacerdotales y encendió el candelabro, braseros y olores en la forma que la noche de antes, dentro del círculo; y señaló a cada uno de los cinco: don Marcos, Juan Bautista, Quijada, licenciado Gabriel García, Pedro Bautista y éste que declara, puesto y lugar fijo dentro del dicho círculo, encima de los caracteres que correspondían, y les dio a cada uno la figura que les tocaba. A éste le tocó una que le parece que sería la de Guñibay porque él tenía la de oro en las manos, como los demás, y asimismo un libro a cada uno, que eran los que ha referido, y él tenía el sacro y decía que aquellos libros impedirían que sucediese ningún temor ni desgracia. Y en esta posición, Guñibay comenzó a leer en el libro Sacro, a conjurar y ligar cada una de las figuras de por sí con diferentes conjuros. En acabando el conjuro que a cada figura tocaba, daba un ruido con la estola, metida dentro la figura, y luego pasaba y hacía lo mismo con los demás, hasta que acabó, habiéndoles prevenido Guñibay que no tuviesen miedo por nada que viesen, porque los espíritus que ligaba vendrían allí en figura de aves nocturnas, toros o como granos de azogue. Al cabo de cosa de hora y media que había empleado en los conjuros, vio éste y los demás mucha cantidad de murciélagos grandes volando por encima de los circunstantes, cosa de tres o cuatro credos de tiempo y se volvieron a desaparecer, estando siempre la ventana y puerta del aposento cerradas y aun la de la calle. Al cabo de las cinco de la mañana que acabaron con la ligación, Guñibay metió las seis figuras de oro y metal en un cofrecillo hecho a propósito, de madera de olivo muy fuerte y chapeteado de hierro, que sería de tres cuartas de largo y cuarta y media de alto, y como una tendría de ancho, y envueltas todas juntas las figuras en un tafetán verde grande, con muchos caracteres colorados y de diferentes colores; y asimismo metió el paño con la Verónica que ha declarado, el libro sacro, unos manojos de las hierbas y parte de los olores; y todo junto lo cerró en el cofrecillo con llave, y dio a cada uno un clavo mediano para que lo clavase en el cofre, y así lo hicieron. Éste clavó uno que el susodicho le dio como los demás. Hecho todo esto, se desnudó Guñibay de las vestiduras sacerdotales y fue quebrando y haciendo pedazos todos cuantos instrumentos y cosas había allí que habían servido para el efecto, y quemando los olores, papeles y yerbas que habían sobrado. Hizo pedazos y cortó los ornamentos sacerdotales y todo junto lo metió en un pellejo grande, con la llavecilla del cofrecillo y dio orden a Pedro Bautista, francés, que fuese con ello al mar y lo echase en él con una pesa. Y así fue luego al punto ejecutado. Volvió diciendo cómo lo había hecho así. Luego, en otro aposento de la casa, almorzaron todos juntos carne, como ha declarado, y se fueron a recoger, dando orden a éste que la noche siguiente llevase al campo a sepultar el cofrecillo en tierra que no hubiese sido rota y con calidad; que ninguno de ellos había de saber jamás la parte ni sitio en donde se enterraba porque en la hora que alguno de los seis lo supiese, se perdería el efecto de todo. (Y en este estado se quedó esta audiencia hasta después de comer, que se proseguirá en ella, quedándose Jerónimo de Liébana a comer en casa del señor inquisidor. Y siéndole leído, dijo estaba bien y lo firmó).

(Continuará...)

Imagen: Una bruja, un demonio y un brujo volando hacia una campesina. (Grabado siglo XV. Hulton Archive)


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