A buen seguro que ustedes, amables lectores, conocen -o al menos han oído hablar- del famoso personaje, Murphy, relacionándolo con esa serie de leyes de la casualidad a las que, por lo visto, era aficionado el muchacho.
Decir que la ley de Murphy se cumple siempre es una barbaridad, como también lo es decir que no se cumple nunca. Dicho esto, paso a contarles algunos casos en los que las premisas son ciertas al cien por cien. En uno de ellos -el de la famosa tostada que se nos cae en el desayuno- la mayoría de las ocasiones lo hace por la parte untada de mantequilla. Enorme casualidad. Y no digamos nada si el caso hace referencia a una herida que tenemos en un dedo, porque aquí sí que no falla en absoluto: todos los golpes van a parar al dedo malo. ¿Cierto o no?
Pero no me negarán que toda regla tiene su excepción, y estos días lo acabo de corroborar, de manera directa y precisa. Les cuento.
Por lo general, cuando uno espera el autobús -o desespera-, suele matar el tiempo dando pasitos cortos alrededor de la parada, mirando el reloj o saludando a gente que pasa por la calle, y a la que apenas conoce porque ahora todos vamos enmascarados. Otros matan el tiempo hojeando el periódico, mirando el escaparate más cercano o comprobando la temperatura en los paneles de las aceras, siempre y cuando dichos paneles estén operativos y ofrezcan información precisa sobre la hora que es y los ‘bajoceros’ de nuestra Cuenca del alma.
El fumador, que es mi caso, consume los minutos de demora a base de cigarrillos, aún a sabiendas de que tras fumarse el primero (aproximadamente diez minutos) el transporte está a punto de aparecer. De no ser así, enciende otro... Y ahí es donde interviene la ley de Murphy, ya que nada más encender el segundo, el autobús aparece de repente, y te ves obligado a tirar el pitillo con tan solo una calada. Una lástima y un despilfarro de tabaco. Aquí quien gana es el dueño del estanco, sin duda alguna y no hay ley de la casualidad que valga.
Claro que, en el caso de Cuenca, con la imprecisión de los horarios y la insensatez de las rutas del transporte público, la ley de Murphy se va al carajo. Puedes encender uno, dos, o tres cigarrillos y fumártelos sin temor a que te sorprenda el colectivo (nombre con el que son conocidos los autobuses en Argentina).
Ante tal situación, caben dos posibilidades; una de ellas que los horarios no se cumplen y no hay suficiente fluidez en las líneas, con lo cual la famosa ley del simpático Murphy se cumple a rajatabla, y la otra es que yo sea un impaciente o peor aún, un vicioso del tabaco. No, por favor, no me lo digan. Lo sé de sobra.