Los motores de la polémica política esta semana han sido la entrevista de García-Page en El Mundo donde vuelve a querer autodefinirse como moderado (recordatorio: Page I El Moderado) y la réplica de Irene Montero acerca del consentimiento de los menores. Sin embargo, no debería caer en el olvido una intervención parlamentaria de la ministra de Educación, Pilar Alegría: “ustedes no fueron a la manifestación del domingo en Barcelona para apoyar a las familias catalanas, fueron con un único objetivo, arengar la división y el enfrentamiento; lo que ustedes pretenden es volver a la Cataluña del 2017, y de paso alentar un sentimiento anti-catalanista a ver si de esa manera recogen algún tipo de rédito electoral en otros territorios”.
Alegría, como modélica alumna de la Escuela Sanchista, usa el ataque como única defensa posible, no expone ningún argumento en sus declaraciones y, como el nacionalismo más rancio, enfoca su perspectiva desde una supuesta agresión a los “opresores oprimidos”. Y es que parece que vivimos tiempos en los que resulta obsesiva la intención de los opresores por vestirse con pieles de cordero para santificar su humillación: los independentistas catalanes dicen que España les roba y Madrid les quita la libertad, los ayatolás iraníes dicen que las mujeres se equivocan, los herederos de ETA dicen que el Estado los maltrata cuando la realidad es que son miles los vascos que sienten la necesidad de emigrar para poder respirar un ambiente de libertad e incluso los restos de Miguel Ángel Blanco tuvieron que “emigrar” a un cementerio gallego porque los “opresores oprimidos” no paraban de profanar su tumba, los socialistas se rasgan las vestiduras porque Griñán es un mártir y Putin insiste en que Ucrania le oprime. Se puede inferir un común denominador: la poca vergüenza a la hora de querer imponer un relato de la realidad deformado a conciencia.
Porque, en el fondo, la zaragozana Alegría es consciente de que una sentencia judicial que impone un porcentaje determinado de los contenidos escolares en castellano debe ser acatada y no esquivada. Si zarandeamos los cimientos del respeto a la aplicación de la justicia, queda la barbarie, la intuición de poderes superiores que nos susurran que todo da igual. Pero es que nunca nada da igual con perspectiva de futuro, ni las decisiones más nimias de nuestras vidas.
El Govern presume en este inicio de curso de que ningún aula catalana aplicará el 25% de castellano para afianzar la confianza de sus fanáticos y, mientras, la ministra de Educación se lava las manos cual Pilato y abandona a las familias que reivindican sus derechos tachándolas de oportunistas. Así funciona el nacionalismo: aísla al diferente hasta que asume su indefensión y, por hastío, renuncia a su libertad. Y por eso es tan importante para los independentistas no respetar la cooficialidad de lenguas, evitar la enseñanza en castellano e imponer el catalán en TV3 hasta límites delirantes como el vivido esta semana en un reportaje en directo en el que un periodista se acerca a una mujer que le pide “en español, por favor” y se da la vuelta ignorándola para seguir con su perorata sobre la lluvia en catalán.
Que la Generalitat, incendiaria a la fuerza de los votos de los exigentes radicales, se jacte de esquivar al Tribunal Supremo puede resultar incluso coherente, pero que la ministra de Educación se humille ante tal desprecio no parece en exceso halagüeño: Alegría, eres la garante política del bien más preciado que es la educación, la Educación es la amplitud de saberes, el respeto a la diferencia, a la convivencia cordial y al entendimiento común, no seas incongruente como esos políticos fanáticos que instrumentalizan la educación mientras matriculan a sus hijos en colegios no inmersivos, no coartes la libertad de las familias que solo piden respeto a una sentencia judicial, porque poder manejar dos o más lenguas no es una enfermedad sino una envidiable bendición.