Como sea que acaba de terminar la Navidad, y con polvorones en las manos no se puede teclear y con cava en la cabeza no se puede pensar, he decidido subcontratar a Ortega y Gasset para el reinicio del año. Que sea don José el encargado de aportar luz a esta columna dominical.
Hace un siglo, Ortega y Gasset amalgamó su “ensayo de ensayo” de título España Invertebrada a partir de una gavilla de artículos de prensa que aspiraban a interpretar el presente de la España de 1921. En el breve ensayo, entre otros análisis, anticipa la posibilidad de la guerra civil con quince años de antelación (“ahora vive el ejército en perpetua inquietud, queriendo gastar la espiritual pólvora acumulada y sin hallar empresa en que hacerlo, ¿no era la inevitable consecuencia de todo este proceso que el ejército cayese sobre la nación misma y aspirase a conquistarla?”), aborda los nacionalismos vasco y catalán (“los que, de un lado o de otro, sienten la realidad nacionalista como problema, deben aprender a conllevar el problema”) y propone un sistema de autonomías (“organicemos España en diez grandes comarcas y que cada una se gobierne a sí misma y sea autónoma en lo que afecte a su vida particular”).
La principal preocupación de Ortega gira en torno a la unidad de España y los sentimientos regionalistas, concepto que agrupa bajo el término particularismo: “la esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás; no se solidariza con los otros y, por el contrario, demuestra hipersensibilidad para los propios males”. ¿Nos suena este diagnóstico?
Ortega critica esa forma de ver el mundo que antepone el interés propio a la solidaridad grupal puesto que una patria sin futuro común es inviable: “no es el ayer, ni un pasado glorioso, ni una tradición propia lo decisivo para que una nación exista, sino que las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana”. Habla de la nación como un proyecto de futuro en común: “la potencia sustantiva que impulsa y nutre el proceso de formación de una patria es siempre un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común”. Y por eso, “los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos y de anhelos”.
Salta a la vista la lectura que haría de movimientos como los iniciados a través de la plataforma de la España Vaciada: “en la tierra pobre habitada por almas rendidas, suspicaces y sin confianza en sí mismas, el particularismo será reentrado, como erupción que no puede brotar, y adoptará la fisonomía de un sordo y humillado resentimiento, de una inerte entrega a la voluntad ajena, en que se libra sin protestas el cuerpo para reservar tanto más la íntima adhesión”. Resulta inevitable interpretar que Ortega habría definido como “particularismo” esta forma de ver el mundo que propugnan las citadas plataformas y que desemboca en un humillado resentimiento. Pero ¿acaso la coyuntura actual hace inevitable esta respuesta ciudadana de agravio?
Hace unos días tropecé con un titular ilustrativo en El Confidencial: “el PSOE tratará con guante blanco a la plataforma España Vaciada, potencial aliada”. No descubrimos gran cosa al percibir esta estrategia socialista que aspira al poder residual de amalgamar todos los particularismos habidos y por haber, como si su esencia federal tuviese la capacidad de satisfacer todas las hambres, pero obviando la desintegración que conlleva. Y como para el funambulista Pedro Sánchez todo se reduce a un juego de contrapesos, ya se las apañará para mantener el equilibrio entre los que piden competencias en prisiones y los que quieren mantener un tren convencional.
Bien es cierto que Ortega señala al Estado como causante primigenio del descontento social, porque si el Estado omite sus responsabilidades, es lógico que surjan voces que así lo hagan ver: “cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista fue precisamente el poder central”. Además de criticar que la Monarquía y la Iglesia solo piensan en sí mismas, especifica que “el poder público ha ido triturando la convivencia española y ha usado de su fuerza nacional casi exclusivamente para fines privados”.
El descontento actual de las provincias despobladas nace, en gran medida, como respuesta a la insolidaridad de las regiones nacionalistas con el resto de España y, sobre todo, de la respuesta de sumisión del poder central a las reivindicaciones periféricas. La ausencia de un proyecto común de convivencia acentúa el interés en exprimir las posibilidades propias como último recurso y, así, la exigencia de Rufián de subtitular los contenidos de Netflix en catalán tiene más de desprecio al resto y de chantaje al Estado que de coste económico.
El 29 de diciembre asistimos a un paso más en el desmembramiento del Estado para satisfacer las exigencias “particularistas”: ese día, el BOE publicó una disposición a la Ley de Bases del Régimen Local que faculta al País Vasco a convocar exclusivamente para su territorio los procesos de provisión de plazas de funcionarios de Administración local con habilitación de carácter nacional. Esto, que es muy grave, quiere decir que ahora hay un territorio en España que va a seleccionar y formar a sus propios garantes de la legalidad. ¿Qué consecuencias tendrá, querido lector, este beneficio para el “particularismo vasco”?
Frente a esa España “invertebrada” y deshilachada (“la historia de la decadencia de una nación es siempre la historia de una vasta desintegración”), se propone avanzar a una nación democrática, autonómica, plural y europea. Con sus defectos, pareciera que durante el siglo siguiente se siguieran los pasos marcados por el pensador madrileño a través de la Transición, la Constitución, el Estado de las Autonomías y la unión de Europa. Y, sin embargo, cada día resulta más latente la proliferación de particularismos que estiran de la cuerda: “no es necesario ni importante que las partes de un todo social coincidan en sus deseos y sus ideas, sino que las conozcan y entiendan”. ¿Cuánto queda de empatía entre regiones?
La lectura de España Invertebrada tiene dos prismas que son distintos, pero no antagónicos: uno, que España ha cambiado poco y los problemas sociales identificados por Ortega y Gasset todavía perviven, y dos, que el mundo ha cambiado muy deprisa y se deberían reenfocar algunos de los asuntos analizados a la luz del paradigma de la globalización.
Mientras con desazón aborda Ortega el tema del odio a los mejores y del imperio de las masas, concluye el prólogo con la duda de que “tal vez ha llegado la hora en que va a tener más sentido la vida en los pueblos pequeños y un poco bárbaros”. Y una última pregunta desde uno de esos pueblos pequeños: ¿qué capacidad tiene la España Vaciada para vertebrar la Cuenca invertebrada?