En una entrevista reciente, Chana manifestaba que “invertir en patrimonio tiene que tener rentabilidad social, es decir, generar riqueza y empleo”. Sus palabras intentan esconder su desidia en financiar proyectos vinculados al patrimonio histórico-artístico provincial, ocultar que suprimió por orgullo más de cuatro millones en inversiones en este área nada más llegar al cargo y disimular su connivencia con los vicepresidentes que insisten siempre que “menos piedras”.
A los vicepresidentes, eso sí, hay que agradecerles su franqueza. Sin embargo, la hipocresía de Chana va sedimentando con el tiempo y cada vez es más difícil sostener discursos en perchas de humo. Por un lado, ha pasado de apoyar mociones en defensa del regreso del tren convencional a ignorar a la plataforma en defensa del tren y a manifestar que, bueno, es solo un problema de movilidad que se puede resolver de otra manera. Por otro lado, defiende el patrimonio en entrevistas pero los presupuestos de la Diputación lo olvidan. Y, por último, se erige en adalid de la economía circular y la sostenibilidad ambiental cuando cobija en su pueblo el mayor macrovertedero privado de residuos industriales de Europa.
Si allá por 1998 el entonces alcalde de Villaescusa de Haro, Balbino Millán, hubiese simplificado la ecuación del retorno social de la inversión en asuntos patrimoniales, no habría estampado su firma en el acuerdo de adquisición de las ruinas del convento de los dominicos local. No cabe duda de que, bajo la perspectiva cortoplacista y obtusa de Chana, sería ingenuo hablar de riqueza al mirar el amasijo de muros deteriorados y arcos apuntalados. Por suerte, donde Chana ve una inversión fallida, Balbino descubrió un diamante por pulir.
Reducir a pura cuestión económica el amparo a los recursos patrimoniales de un territorio solo puede leerse como signo inequívoco de incultura en tanto en cuanto conlleva desdén al pasado de dicho territorio, ninguneo a la identidad histórica local y desprecio al interés artístico. Se puede entender, faltaría más, la falta de sensibilidad a nivel personal, pero quien ostenta un cargo político de relevancia debería ser más prudente en sus declaraciones públicas y no humillar a todos los conquenses reduciendo la historia a cálculo aritmético. A Chana no se le puede, ni debe, pedir que se emocione ante el hallazgo de una lápida de 1546 de la familia de los Ramírez de Fuenleal, pero sí exigir que lo respete y apoye.
Entre otros motivos, debe cuestionarse en qué áreas incide la citada rentabilidad social “en términos de riqueza y empleo”. Qué mayor riqueza que conseguir limpiar, restaurar y devolver el esplendor original a la portada de estilo plateresco del viejo convento para sentir una emoción íntima ante las tallas de piedra de Santa Catalina o Santa Rosa de Lima. Qué generación de empleo mejor enfocada que la de obreros como Neme, Honorio o Isidro que consolidaron y recrecieron los ruinosos muros en la fase inicial de recuperación de la iglesia de los dominicos. Porque no debe obviarse que hasta llegar a tener un convento con hechuras de recurso turístico se atraviesan distintas fases de rehabilitación, generalmente costosas y no siempre con resultados vistosos.
Después de diez años de obras en la ruina de la iglesia y en el convento enterrado, de casi dos millones de euros de inversión en cuatro fases de recuperación, de varios arquitectos y empresas constructoras, de multitud de quebraderos de cabeza, y de montañas de ilusión y esperanza, resulta paradójico querer entender unas declaraciones malintencionadas en prensa cuando nos embarga una satisfacción enorme por poder ofrecer al mundo el convento dominico de la Santa Cruz de Villaescusa de Haro precisamente en el año jubilar por el octavo centenario del fallecimiento del fundador de la Orden de los Predicadores, Santo Domingo de Guzmán.