La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

15-M o el Círculo Polar Ártico de Unidas Podemos


Ayer se cumplió una década de la célebre acampada del 15-M, a una semana de las elecciones municipales y regionales del 2011 en un país arruinado y deprimido. Diez años desde aquellos lemas “lo llaman democracia y no lo es” o “no somos antisistema sino que el sistema es antinosotros”. Los que entonces éramos universitarios (apellidados “pre-parados” y “generación perdida”) seguíamos con cercanía la revuelta, y la misma dosis de simpatía que de escepticismo, ¡cómo no indignarnos ante una crisis sostenida en el tiempo que había arruinado nuestro bienestar presente y futuro! ¡cómo no denostar de forma generalizada a los gobernantes que habían permitido y favorecido el fatal desenlace para que el futuro de todos los jóvenes se intuyese hipotecado de por vida!

Leímos el librito ¡Indignaos! de Stéphane Hessel con interés y ánimo de revolución. Todas las generaciones se enfrentan a retos inesperados, y en este caso el catalizador evidente fue la decepción generalizada con un gobierno sometido a la tiranía de una economía en quiebra manifiesta. Muchos ciudadanos, simpatizantes de la izquierda, se encontraron en una encrucijada sin salida porque el socialismo les había traicionado y, por tanto, identificaban el problema pero no vislumbraban el remedio. Algunos canalizamos nuestra indignación explorando otras vías que nacían del rechazo frontal a las políticas desnortadas de Zapatero y al clientelismo ruinoso de Bono y Barreda que dejaron, respectivamente, a España y a Castilla-La Mancha con un nivel de endeudamiento límite y, en consecuencia, los servicios públicos tiritando de frío.

En ese contexto, el descontento popular provocó que florecieran los círculos espontáneos de reflexión política que desembocarían, oportunismo mediante, en Podemos. El territorio se empapó de reivindicaciones y cuajó en un crisol de ciudadanos con ánimo de zarandear el statu quo. La declaración de intenciones era tan atractiva que, una vez decantada la decepción en forma de partido político, la melodía arrastró a más de cinco millones de votantes en las elecciones generales de 2015, más del 20% del voto emitido.

Podemos fue capaz de aglutinar los intereses de mucha gente como Carolina Bescansa, Teresa Rodríguez, Luis Alegre o Íñigo Errejón. Pintaron en un papel cómo sería el mundo ideal y diseñaron una enmienda a la totalidad del sistema con vanidad e ilusión pero, con el tiempo, se evaporaron por discrepancias con la doctrina del mesías. Pablo Iglesias, quijote vallecano no nublado por novelas de caballerías sino por una vasta cohorte de pensadores comunistas, canalizó la esperanza de las revueltas y se mostró como el salvador de los desfavorecidos. El Elegido era el único que sabía dónde ir, qué rumbo tomar.

En estos diez años hemos comprobado cómo un movimiento popular con pretensiones derivó en un partido político de corte comunista con lecciones aprendidas del populismo latinoamericano. Afortunadamente, una réplica licuada gracias a la madurez del sistema democrático y la supervisión de la Unión Europea.

Y así, donde Iglesias habló de transparencia y de “pactos con taquígrafos”, Podemos se convirtió en un partido opaco y de negociaciones turbias. Se reclamó la participación popular pero se purgó a los disidentes. Donde hubo reivindicación de igualdad, Iglesias quiso aspirar -legítimamente- a una vida de alta gama diferenciada. Hubo llamadas a la libertad de prensa, pero se señaló a los periodistas incómodos, algunos tan reputados como Carlos Alsina, o a medios como El Confidencial. Se quiso ofrecer feminismo, pero la ministra de igualdad atacó a su compañera Teresa Rodríguez diciendo que la política no paraba en su baja por maternidad. Y donde se visibilizaban las vergüenzas de los partidos políticos clásicos, Podemos ejecutó purgas internas y premió solo la lealtad máxima a un líder que llegaba a juzgar su vida privada vía referéndum interno.

Pregonaron defensa de la mujer y reclamaron leyes de violencia de género, pero despidieron a su empleado José Manuel Calvente por acoso sexual, que se demostró falso, un escándalo fascinante. Iglesias se rasgaba las vestiduras por “la alerta antifascista”, pero sus afiliados escoltas acudían a reventar mítines. Donde hubo aspiración de asaltar los cielos, la luz subió y Ione Belarra publicó un artículo justificándolo y sacudiéndose responsabilidad. Donde hubo críticas feroces a la manipulación de los medios de comunicación públicos quisieron mojar pan en RTVE. Donde reclamaban ascensor social se comprobó que muchos como Ramón Espinar o Rita Maestre ya brotaban desde un piso alto. Conquistaron altas cotas de poder en la vicepresidencia del Gobierno de España, pero Iglesias dijo que abandonaba para ser más útil en otro sitio (sic). Donde se ensalzó la alegría primaveral, se derivó en las ideas de Monedero y la portavocía de Echenique como paradigma de crispación social. Donde hubo reivindicación de ejemplaridad mantuvieron a cargos políticos con condenas en firme como Isabel Serra. Donde se rechazaban las poderosas manos que financiaban medios de comunicación, fundaron La Última Hora para contar la Verdad verdadera. Donde se atacaba a la banca, fueron cómplices desde el Gobierno y aprobaron la fusión bancaria entre Caixabank y Bankia a sabiendas de que implicaba miles de despidos.

Donde se aspiró a la transversalidad, existió solo la verticalidad de un líder hasta que el árbol colapsó diez años después en las elecciones madrileñas del 4-M. Y así, en una década, donde hubo esperanza en un país más justo y en la regeneración de la democracia solo quedaron los rescoldos de la tensión social, las cenizas de las buenas intenciones y un mártir en Galapagar. Descanse en paz el quince eme.

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