Durante esta semana hemos conmemorado acontecimientos tan dispares como el Día de la Mujer y el 18 aniversario del triste 11-M. Hemos celebrado a Benzema pero hemos llorado en el surtidor de Repsol. Page ha aprobado un nuevo impuesto al agua (ya solo le falta el impuesto al aire, tiempo al tiempo) y Chana ha manifestado que “está muy concienciado con la problemática medioambiental” sin ponerse colorao. Hace dos años que se cerraron los colegios por un virus raro y dos semanas que los tanques rusos atravesaron la frontera del país vecino. Y, sin embargo, en una semana tan variopinta querría centrarme, en especial, en el aniversario de la apertura del centro comarcal de psicooncología de Belmonte.
El pasado jueves se convocó un discreto evento para descorchar el primer aniversario de este centro belmonteño que fue organizado con el mismo exquisito mimo de siempre por el grupo local de la AECC (Asociación Española Contra el Cáncer). Dos paradojas. La primera es que el centro está ubicado en las instalaciones de una guardería: el colmo de la pesadumbre rural lo de sustituir niños por enfermos de cáncer. La segunda es que el centro logró el grueso de su financiación inicial a través de la venta de mascarillas promocionada por la embajadora local Marian García: al tiempo, protección contra el covid y soporte a pacientes oncológicos.
Tomó la palabra la madre de Olga Perona, joven enfermera moteña portadora de un gen peligroso a la que practicaron una mastectomía a los veintipico que conllevó complicaciones posteriores. La madre manifestó su agradecimiento mientras miraba, sospecho, a la psicóloga y la fisioterapeuta del centro. También dijo, con una entereza imposible, “es muy duro que una hija te pida que la mates para acabar con todo”. No puedo recordar nada más porque esa frase se quedó retumbando como un eco infinito en la cueva de la sensibilidad de todos los asistentes. Qué desafío psicológico el de afrontar una enfermedad así. Me acordé de los diagnósticos conocidos, de las esperanzas y expectativas probabilísticas, de los testimonios de Inma cuando trabajó en cuidados paliativos pediátricos a domicilio.
También Marian tomó la palabra como mecenas, tan maestra ya del discurso público que fue capaz de empezar hablando, en el aniversario de un espacio oncológico, sobre los elitistas Elle Women Awards 2022. Incidió en el concepto de cuidar y de “querer cuidando” haciendo referencia a las madres y a las monjas y a la gente del centro de atención. Volvió también a un lugar común: “una persona pequeña haciendo un gesto pequeño puede conseguir algo grande”. Mi fe en esa afirmación no sobrepasa el romanticismo y el pragmatismo. Borrell ha pedido bajar un punto la calefacción y no confío en que Putin vaya a doblegar su brazo porque yo manipule el termostato (al menos mientras arden a todo gas las salas de calderas de las instituciones públicas). La política precisamente sirve para eso: para tomar decisiones que incumben a muchos y tienen repercusión en todos, no para delegar en el ciudadano la responsabilidad solidaria más allá del civismo asumido o impuesto o educado. De poco habría servido el pie de Benzema si no hubiese decenas de miles de almas empujando en el Bernabéu y de poco servirían la fe y el arrojo de Zelenski sin millones de ucranianos dispuestos a defender con su vida a su casa y a su familia.