La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

El umbral sociológico del dolor


Cada día una nueva sorpresa en forma de noticia desagradable. No hay receta más eficaz para llegar cabreado al trabajo que escuchar la actualidad política en la radio. Intento relativizar el impacto mental de lo que considero injusticias pensando que debe haber quien las aplauda, quien se beneficie, quien las valore como justas desde su prisma personal con toda la legitimidad del mundo.

Se define el umbral del dolor como la intensidad mínima a partir de la que un estímulo se considera doloroso y tolerancia al dolor como la intensidad a partir de la que el estímulo se hace insoportable. Sospecho que vivimos un tiempo en el que todos hemos asumido el umbral sociológico del dolor y, aunque los estímulos duelan cada día más, no alcanzamos el nivel de intolerancia al dolor. La factura de la luz, por ejemplo, duele y, por ende, supera el umbral del dolor, pero no nos impulsa a quemar las calles o a reivindicar con ahínco las dimisiones de Pedro Sánchez y Teresa Ribera, por lo que no traspasa el límite de tolerancia al dolor.

Supongo que se trata de un ejercicio clásico de sociología lo de baremar el umbral y la tolerancia en distintas sociedades en función de variables determinadas como la renta per cápita, el color político del gobierno, la situación económica o la opresión gubernamental. En regímenes autoritarios queda evidenciado que no queda margen para la intolerancia al dolor salvo situaciones extremas, algunas exitosas como la revuelta en Libia contra Muamar Gadafi y otras infructuosas como las recientes protestas contra la dictadura comunista en Cuba. Otras veces se manifiesta el límite de intolerancia de forma inesperada, como las manifestaciones en defensa del rapero Pablo Hásel.

Sospecho, de forma quizá demasiado simplista, que la tolerancia es mucho más laxa si gobierna, como es nuestro caso actual, una coalición de izquierda. Como si se abriese un abismo desde que empezamos a sentir dolor hasta que rompemos la barrera de lo soportable, posiblemente por el papel fundamental que desempeñan medios de comunicación, colectivos sociales y sindicatos, prestos a catalizar el descontento en unas circunstancias y paradójicamente tolerantes en otras.

Día a día sentimos nuevas punzadas de aflicción. La inflación se dispara al 5,5% para que todos seamos más pobres con discreción. Conocemos el incremento en el número de asesores y personal de confianza del Gobierno central mientras Irene Montero incorpora en su ministerio a Isabel Serra a pesar de su estar condenada en firme e inhabilitada para cargo público. Los presupuestos del Estado asumen gasto de la seguridad social por su desequilibrio y el País Vasco sale ganador porque recibe sin dar. Otegi confirma que es heredero directo de ETA cuando afirma que hay “doscientos nuestros” en las cárceles mientras su región logra la cesión de la competencia de prisiones. Observamos impertérritos el desmantelamiento de la exigencia en la educación, aunque este asunto da más para una tesis que para una columna de opinión. El Tribunal Constitucional declara ilegal los estados de alarma y es como decir que llueve. Nos asombra que quieran imponer la tradución al catalán del catálogo de Netflix mientras un niño catalán no puede estudiar en castellano en la escuela. Casi se nos olvida que se indultó a un hatajo de nacionalistas catalanes hace pocos meses. Han suprimido el tren convencional en la provincia de Cuenca con premeditación y alevosía mientras generan inseguridad continua a los usuarios del AVE a Madrid. Solo la vorágine de la actualidad que cubre con celeridad unas noticias sobre otras permite la supervivencia de nuestra indignación en dosis toleradas.

Se escuchan por la calle mensajes como “esto no puede ir peor”, “nadie se mueve”, “nos ahogan en silencio” o “si mandasen otros, las calles estarían ardiendo”. Las hipótesis de los millones de mundos posibles no bastan para analizar el nuestro, el aparentemente real a pesar de que ahora Burger King venda hamburguesas vegetales y las Naciones Unidas inventen un avatar de dinosaurio contra el cambio climático. Solo las urnas se presentan como instrumento de baremación entre el umbral del dolor y la intolerancia al mismo. Qué largo se nos va a hacer el 2022.

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