Como Moreno Bonilla arrasó en las elecciones andaluzas del pasado domingo, dos días después, como efecto mariposa, el vicepresidente regional Martínez Guijarro quiso subirse al tren (sic) ganador (sic) y declaró que “en Andalucía ha ganado la moderación, que es lo que representa García-Page en Castilla-La Mancha”.
Sospecho que no hacen falta gafas de leer entre líneas para percibir la crítica que dirige a su propio Gobierno nacional y el ataque velado a la delegación andaluza de su partido socialista. En resumen: un halago a Moreno Bonilla, un tirón de orejas a Pedro Sánchez y un menosprecio a Espadas y su amplia órbita.
Pareciese que la directriz fundamental del socialismo regional en los últimos tiempos consistiese en desmarcarse de la órbita sanchista para contener la hemorragia de votos. Pero, ay, la cuestión no es lo que se declara ante un micrófono sino el voto que se emite en las instituciones, y ahí Page es disciplinado hasta el extremo y se pliega a los mismos chantajes que asume Sánchez: desde los célebres indultos a Junqueras y su banda a los bamboleos en política exterior con Marruecos y Argelia. Pero podría ser peor: que Page realmente creyese que es más importante lo que dice que lo que hace, porque entonces nos asomaríamos al abismo de la inmoralidad.
Y luego, claro, está lo de querer coger a Page de los hombros y ponerlo “con moderación” en “el centro”. Ese argumento lo despachan calentito con frecuencia desde los propios hornos socialistas -y desde la televisión regional- a fin de perfilar una imagen atractiva del político toledano de cara al extinto votante de Ciudadanos y al votante tradicionalista que abunda en nuestros pueblos.
Page nos clava un impuesto de transmisiones del 9% pero como ha ido muy solemne a misa y procesión, entonces ya quiere que se le convalide un saltito al centro. Mantiene una de las políticas fiscales más pesadas de España, pero como va a los toros a Brihuega quiere que lo miren con buenos ojos desde la barrera. Genera y alimenta una red clientelar al más puro estilo andaluz e incrementa de forma desorbitada el número de asesores a sueldo de la Junta, pero como dice que teme que Puigdemont le pueda dar un abrazo como viejo conocido, entonces los periodistas le ríen la gracia como sensato. Permite que la delegación socialista que preside vote junto a Bildu y ERC que se despenalicen las injurias a la corona, pero como saluda con mucho respeto al rey y se declara monárquico entonces aspira al cariño de Felipe VI. Fue pionero en pactar un gobierno con Podemos y, en consecuencia, con sus políticas de izquierda amarga y rancia, pero como en la segunda legislatura ha pactado con Ciudadanos entonces pretende que lo perciban como un poco liberal.
Y mientras perdemos el tiempo descifrando su tinte ideológico, en nuestro día a día se imponen las consecuencias de las políticas de Page respecto al resto de autonomías españolas: las peores listas de espera quirúrgica, uno de los peores resultados en informes educativos, la peor gestión de la pandemia certificada por la mayor tasa de mortalidad y mayor tasa de letalidad, la inflación más alta que convive con uno de los menores PIB per cápita y la tercera mayor deuda pública per cápita solo detrás de Cataluña y la Comunidad Valenciana. Menuda colección de méritos que colgarse al cuello.
Disculpe, querido lector, la chanza, pero Page, más que centrado, parece descentrado. Por mucho barniz de moderación que quieran aplicar desde los gabinetes socialistas de imagen y comunicación.