El miércoles pasado, en un pleno de la Diputación de Cuenca, me dijeron que me iba a convertir en “irrelevante”. Este insulto viene a sumarse a la lista de los agravios que tanto mi grupo político como yo personalmente hemos recibido durante esta legislatura, desde reprocharnos que "olemos a naftalina” a decir que somos “etéreos”, desde acusarnos de “mentirosos” a achacarnos “falta de virtudes” aludiendo a un proverbio latino (“lo que la naturaleza no te presta, Salamanca no te lo da”). Incluso, y no voy a juzgar la imputación, me incriminaron “falta de talento para hablar bien” y “falta de sabiduría para callarme la boca”.
Cualquier ciudadano, porque las actas son públicas, puede comprobar mi respuesta a dichas acusaciones; todavía está por probar que haya demostrado en algún momento falta de respeto a algún representante público en estos años. Considero que tenemos el deber de estar a la altura de las instituciones, como mínimo en educación, incluso aunque otros se consideren por encima del bien y del mal. O, al menos, con la educación minúscula de no asistir a un pleno como el diputado socialista que se conectó de forma telemática repantingado desde el sofá.
Resulta, de hecho, paradójico que me acusen repetidamente de “buscar la confrontación” cuando mi misión, como oposición, se limita a sonsacar información al equipo de gobierno, aunque Chana suela responder por inseguridad que “dará contestación por escrito”. Hacer preguntas en un pleno, hoy, equivale a buscar gresca. Qué cosas tiene la representación ciudadana del siglo XXI.
Es más, qué paradójico resulta tener que soportar, en la oposición, consejos y juicios de valor desde un plano de manifiesta superioridad moral. A falta de argumentos propios y defensa de las políticas que practican desde el equipo de gobierno, se limitan a hacer “oposición a la oposición”. Y me consta que no solo sucede en la Diputación de Cuenca.
También resulta paradójico, tercera paradoja, que aseveren no leer estos artículos dominicales “porque no aportan nada” y luego sean capaces de recordar hasta el más mínimo detalle. Basar una argumentación en mis columnas mientras afirman no haber leído lo que he escrito resulta complicado, pero la política está llena de funambulistas.
Y ya la paradoja de triple mortal con tirabuzón consistió, el pasado miércoles, en reiterar que “no suelen leerme” pero, al tiempo, señalar una “coautoría” en mis artículos. Sigo sorprendido: no saben lo que escribo, pero sí tienen indicios de que lo que no han leído está escrito a cuatro manos. Magia. A ver si algún día confirman quién es el conejo de la chistera.
Como resulta evidente, no vengo ahora a juzgar al que me juzga, entre otras cosas porque, como dice que no me lee, el propósito sería estéril. Se suele decir que los insultos definen más al emisor que al receptor, pero quién sabe.
En realidad, todo este preámbulo solo va en una dirección: confirmar que todos somos irrelevantes. Y no pasa nada. La esencia de la humanidad es la irrelevancia de unos átomos que se convirtieron en proteína y de un pez que salió del agua sin darse cuenta. Solo somos, cada ser humano, 30 billones de células irrelevantes bajo un cielo de trillones de estrellas, por mucho que algunos parezcan querer escapar a la irrelevancia cegados por una vanidad narcisista mal gestionada.
Y si todos somos irrelevantes, cuánto más las personas que pisamos la arena política, marcada por la fugacidad y por la certeza de que la política es como una noria en la que todo lo que sube termina abajo. El día a día se convierte en una cura de humildad y en la demostración del todo prescindible.
La cuestión radica, sin embargo, en que a los irrelevantes nos toca tomar decisiones relevantes desde los gobiernos, decisiones que tienen una repercusión nítida en la vida de muchos ciudadanos. Y, la verdad, necesitamos más gente responsable, que asuma las consecuencias de sus dictámenes y coherente con sus principios, que autoproclamados mesías. En “el breve espacio en el que estás” en mitad del océano de los tiempos tan solo quedará la muesca en el modo de vida de nuestra sociedad.