Desde que Pedro Sánchez llegó al poder del Gobierno de España, a mitad de 2018, las cifras económicas nacionales parecen rotundas incluso para los que somos menos entendidos en la materia: 287 mil millones de euros más de deuda pública con una subida del 98% al 118% del PIB, 14 mil millones de euros más de gasto en pensiones con una deuda de la Seguridad Social que ha subido de 35 mil millones a 100 mil millones en solo tres años, un 30% de paro juvenil para alcanzar las peores cifras de toda la Unión Europea y una inflación interanual terrible del 8,3% que se completará con una subida de tipos de interés a la vista. Y, como último dato, un incremento de casi 350 mil empleados públicos desde 2018 pero un descenso de casi 100 mil asalariados en el sector privado desde finales de 2019, lo que genera un grave desequilibrio del gasto estructural. Le invito, querido lector, a volver a leer las cifras para digerirlas antes de continuar.
¿Qué negro futuro anticipa este marco económico? ¿Por qué se le llena la boca a Escrivá hablando de “factor generacional” cuando la realidad es que el Gobierno al que pertenece se pasa por el arco del triunfo cualquier inquietud por cuadrar sus cuentas y preocuparse por el porvenir? Sobrevivimos en una fantasía insostenible confiados en las recetas económicas que siempre han funcionado, pero con la sospecha de que ya se han exprimido casi todas las herramientas fiscales. Rezamos para que los ingenieros fiscales hagan magia, una vez más, y eviten la quiebra de nuestro país y nuestro continente. Porque la buena salud económica suele venir bien acompañada de la paz y el bienestar, y la otra alternativa no parece nada atractiva.
Mientras tanto, muchos autónomos y pequeñas empresas nos confiesan sus desvelos y entendemos que la tendencia a la que aspira -y por la que se esfuerza con ahínco- este Gobierno consiste en construir un colosal Estado que amamante a la dócil ciudadanía en un mar de empresas gigantes -prácticamente las únicas sostenibles a nivel económico hoy en día-, a sabiendas de que esas empresas generan una amplia base de asalariados de voto favorable. El famoso trabalenguas de Rajoy a Iglesias lo resumió a la perfección en su día: “cuanto peor para todos, mejor para usted, su beneficio político”.
¿Puede existir un Gobierno que anteponga la estabilidad financiera a futuro sobre su propia expectativa electoral? Sería demasiado optimista confiar en ese harakiri reputacional cuando los tiempos electorales que marcan las democracias invitan al cortoplacismo, máxime en la era de la inmediatez. Bien es cierto que, en las últimas décadas de política española, ha habido gobiernos más conscientes de su responsabilidad de equilibrio económico que otros, supongo que no hace falta dar nombres.
Al Gobierno de Sánchez, por su parte, habrá que reconocerle el mérito de disparar el gasto público mientras nos empobrece a todos a un ritmo medido de casi el 8% anual, que se dice pronto. Menos mal, por compensar, que hacen “cosas chulísimas” (Díaz dixit) como declarar el apoyo a Marruecos en el asunto del Sáhara arruinando décadas de política internacional, indultar a Junqueras y su banda por encima de la ley y bajo coacción política, mutilar la filosofía en la enseñanza, inventarse comités de expertos para avalar decisiones políticas o desprestigiar instituciones como el CNI por chantaje o el CIS por interés propio. Y, lo que resulta más denigrante, que, en sede parlamentaria, semana a semana, responda que hace frío a la pregunta qué hora es. Como para esperar que se ocupe de la justicia intergeneracional.