A finales del año 2019 publiqué un breve vídeo de veinte segundos en redes sociales reivindicando inversión urgente en la carretera regional que une Villaescusa de Haro con La Alberca de Záncara. Entre otras cosas manifesté: “se trata de una necesidad inaplazable, tanto por justicia social como por seguridad vial”. Ese llamamiento a la justicia social reverbera en la grabación como un eco hondo, como un pisotón de sentido común y equidad.
Al poco de difundir el vídeo, un amigo, confesado falangista, me mandó un mensaje informando que el romántico concepto de justicia social se lo había plagiado a José Antonio Primo de Rivera. Mi ignorancia manifiesta era ajena, por descontado, a la conciencia del robo, pero indagué y efectivamente descubrí que su recopilación de discursos y escritos se publicó durante la dictadura bajo el título “Dignidad humana y justicia social”. A la luz de casi un siglo de perspectiva, revisé el libro con curiosidad histórica y tropecé con sentencias como “la exigencia de la justicia social, como base inexorable de la existencia colectiva, supone una idea clave de nuestra proyección política” o “la teoría de la unidad de destino de todos los españoles se funde sobre los valores humanos y la solidaridad social forjada con justicia”.
Esta misma semana, el politólogo Víctor Lapuente ha publicado una interesante columna, de título La mano izquierda de Dios, en la que se lee “el progresismo es una súplica a la justicia social fundada en la acción del Gobierno”. Y, así, casi se podría deducir que, paradójicamente, en el cajón de la referida justicia social cabe el ideario tanto del falangismo como del progresismo, amén de servir como clave de bóveda a un alcalde de la España vacía para reivindicar servicios públicos en su comarca.
Resulta inevitable acordarse, en esta encrucijada ideológica, de Ana Iris Simón, autora de la aclamada Feria y trending topic por exponer la precariedad juvenil frente al Presidente del Gobierno en el evento Pueblos con futuro. Tanto la autobiografía como el breve discurso han generado un crisol de opiniones que ha abarcado el espectro completo de gama ideológica, y así una chica progresista de padre comunista ha sido acusada de flirteo con el falangismo en “Ana Iris Simón, Pablo und Destruktion y el discreto encanto del falangismo”. Al argumentario de Ana Iris Simón, en consecuencia, le sucede como al concepto de justicia social y al color negro para vestir.
La definición de justicia, a secas, ya de por sí supone un reto en estos tiempos de tribunales en la picota y de legislaciones maleables. Si a ello se suma el cariz comunitario de lo social, la combinación produce monstruos y nos lleva a plantearnos: ¿es justicia social que un Gobierno genere más de 160 mil millones de euros de deuda en dos años a sabiendas de que deberá afrontarla una generación futura con el consiguiente secuestro de su soberanía?, ¿es justicia social que Sánchez haya cedido la competencia de prisiones al País Vasco una vez finalizado el proceso de acercamiento de presos?, ¿en qué franja un impuesto determinado pasa de ser justicia social a injusticia individual?, ¿es justicia social que una docena de condenados catalanes puedan acceder a un indulto político sin arrepentimiento, con avisos de reiteración y con oposición por unanimidad del Supremo?, ¿es justicia social reivindicar servicios públicos para nuestros municipios conquenses por principio de igualdad?