La Opinión de Cuenca

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Juventud, divino peligro


La estadística de ocupación laboral es una ciencia cada vez más cercana a la magia. Tanto por los espectaculares y contorsionistas trucos de cifras que permite como por la dificultad para extraer conclusiones lógicas entre tanta artimaña. En tiempos recientes se han publicado datos bastante positivos de empleo, tanto absoluto como indefinido, lo cual podría derivarse de las consecuencias de la modificación de la reforma laboral: estéticas y reales. No parece fácil separar el grano de la paja.

Pero no todo es optimismo. Uno de los datos demoledores radica en el salario juvenil: el porcentaje de jóvenes entre 16 y 29 años que cobran menos de mil euros ha subido del 30% en 2019 al 45,5% en la actualidad. A la luz de la inflación, deslumbra el descenso de poder adquisitivo de la juventud: menos sueldo para precios más altos. El otro día escuché en la radio a un tertuliano anunciando con frivolidad que se va a echar a perder una generación, como si no fuese un drama terrible.

Así, a los míseros salarios se le debe añadir una tasa de paro juvenil del 31%, es decir, que uno de cada tres jóvenes no tiene trabajo, la tasa más alta de todos los países de Europa y alrededor del doble de la media de la UE (16%). Desolador.

A grandes rasgos, la juventud necesita sobrevivir subsidiada por sus padres, por mucho que duela expresarlo. De cada tres jóvenes, uno no trabaja y otro gana menos de mil euros. Parece utópico aspirar a un proyecto de vida propio, a una perspectiva de futuro propia y en libertad. Porque podemos embadurnarnos de cinismo, pero resulta difícil creer en el concepto de libertad con un puñado de euros en el bolsillo.

Querido lector, este problema estructural desborda complejidad y tristeza. Ni parece fácil corregir la tendencia ni parece un compromiso político actual. Pedro Sánchez ha despachado a los jóvenes con una propina de 400 euros al recibir la mayoría de edad, para que sean conscientes, en su entrada en la edad adulta, de que para él son seres subsidiados y humillados a la dádiva.

Mientras tanto, en su desamparo, los jóvenes miran con lejano escepticismo cómo crece desenfrenada la deuda pública nacional y cómo suben las pensiones de manera indiscriminada. Porque, la verdad, ni creen tener que pagar una deuda heredada ni confían en aspirar a una pensión digna. Cómo evitar la sensación de desagravio y desarraigo social de una generación abocada a la crisis crónica y a la ruina inevitable. No, no es país para jóvenes. Spoiler: por eso tantos de entre los mejor formados se van al extranjero.

Y por si fuese poco, se les ha robado incluso la esperanza en la lucha. Cuando intentaron defender sus derechos, en aquel mayo de 2011, vino un adulto abusón llamado Pablo Iglesias a apropiarse de la reivindicación. El resto es historia, una historia deprimente que no ha resuelto nada porque la ideología emborronó la lucha digna.

Roberto Bolaño escribió en 2666 que la juventud es la apariencia de la fuerza como el amor es la apariencia de la paz. Pero, desgraciadamente, resulta imposible demostrar la fuerza cuando se dispone solo de un lapicero y hace falta frenar el río Amazonas.

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