Este fin de semana nos hemos acercado a Sevilla con motivo del XX Congreso Nacional del Partido Popular, por mi parte en doble vertiente de compromisario y corresponsal de La Opinión de Cuenca. En calidad de la primera voté al único candidato a la presidencia del partido, Alberto Núñez Feijóo, y en calidad de la segunda vertiente esbozaré unas líneas de las impresiones percibidas junto al Guadalquivir.
Entre la expedición conquense, encabezada por Benjamín Prieto y María Roldán, destacaba la nutrida representación horcajeña y la aguerrida comisión joven de Casas de Benítez. En el cónclave de la esperanza en un futuro mejor, era lógico contar también con la presencia de tres o cuatro afiliados que en unos meses estrenarán galones de alcaldes de sus respectivos municipios.
Sobrevolando el ambiente durante todo el fin de semana, el espíritu de la célebre refundación del Partido Popular en 1990, también necesitado entonces como ahora de una vuelta de tuerca. No cabe la casualidad en la elección del mismo auditorio y la misma fecha de inicio de abril para volver a pensarse y desgranar la esencia ideológica.
Desde hace un tiempo resulta obsesiva la exigencia por hacerse entender y por redefinir el sentido vital del partido ahora que hay un elefante en la habitación. Mientras Pablo Casado intentaba de forma infructuosa expulsar al elefante, Feijóo, a priori, lo ignorará y hará su camino. Ese sentimiento se ha percibido de forma nítida: en la última convención popular se palpaba la preocupación por Vox, ahora la inquietud se centra en exclusiva en el “nosotros”. La labor será difícil porque Feijóo dibuja trazo fino y Abascal trazo grueso, y la gente común no tiene ni la necesidad ni la obligación de ponerse las gafas.
Hay gestos que nos van describiendo a Feijóo. En su entrada al auditorio el viernes por la mañana no hubo ni música ni anuncio por megafonía, solo un discreto hacerse presente que, de manera inevitable, tornó en aplausos casi incómodos. En el resto de sus apariciones sonó el himno “People have the power” de Patti Smith, una alegoría del trabajo en equipo y de la fuerza del colectivo frente al individuo. Una declaración de intenciones sin complejos.
Obviando las dos intervenciones de Núñez Feijóo, destacó la participación de los presidentes anteriores del Partido Popular: Aznar, Rajoy y Casado. José María Aznar, con covid, participó por videoconferencia e insistió en “fortalecer la casa común del centroderecha democrático, constitucional y europeo”. Retumbó lo de “europeo” para subrayar las diferencias con otras formaciones que titubean en sus apegos. También insistió en la necesidad de “retejer los afectos centrados con la libertad” como en un guiño a Ayuso y en que “hay que dejar atrás los errores, pero no a las personas” en clara referencia a Casado. Y si Aznar hizo de Aznar, Rajoy hizo de Rajoy en toda su expresión en un turno de palabra caracterizado por un perfilado humor que alivió la tensión de la tarde. No dejó grandes titulares, pero sí un poso de morriña en los que echan de menos su ironía.
También Pablo Casado hizo de Casado y formalizó un discurso plagado de citas y frases ideológicas bien conformadas en vez de aprovechar para, digamos, otras cosas. Aseveró que había vivido un mes agridulce en el que había virado “de un sentimiento de injusticia a otro de profunda gratitud”, y elevo su dignidad para afirmar que “llegué con las manos blancas y los bolsillos limpios y me voy igual”. Antes de anunciar que dejará su escaño como diputado, confirmó que “la Constitución es nuestra mejor memoria histórica”, pero nadie escuchaba sus palabras porque su alma quedó atrapada para siempre un viernes por la mañana en un programa de radio.
Los discursos de Núñez Feijóo, por su parte, transmitían la imagen de un líder perseverante, solvente y responsable. Insistió en que no tiene una aspiración personal más allá de servir a su país y a su partido, casi como si quisiese dar a entender que acepta el nuevo encargo como imperativo moral kantiano. Se podría casi decir que el Partido Popular acepta el imperativo categórico de salvar a España en los momentos difíciles, lo cual no debería considerarse una misión primigenia sino solo circunstancial.
Para finalizar, qué mejor que transcribir algunos de los mensajes que capturé al vuelo y que posiblemente no coincidan con los difundidos por los gabinetes de comunicación:
“Dudo, no soy infalible, no me creo en posesión de la verdad y me equivoco”.
“Nada sólido y duradero se ha construido desde el odio. No vengo a crispar. Ya dije que no venía a insultar a Sánchez. Basta ya de polémicas forzadas, de enfrentamientos estériles, como si los españoles no tuviésemos problemas reales”.
“Que no cuenten conmigo para participar en el entretenimiento infantil en el que ha degenerado la política nacional”.
“Me siento más cómodo gobernando que en la oposición, donde he estado solo menos de cuatro años. Me tendréis que ayudar”.
“Los buenos servicios públicos son los capaces de hacer más con menos, no son los que gastan a tope, sino los que gestionan a tope”.
“Respeto a todas las familias, sin distinción, no soy quién para juzgar a nadie”.
“El Partido Popular no es un partido confederal, sino un partido nacional, que defiende la España de las autonomías y el único partido capaz de llevar el mismo mensaje a todas las regiones”.
“Para trabajar conmigo no voy a pedir el carné del partido. Hay que afiliarse por convicción y no por interés propio”.
“Salimos a ganar, no a esperar a que los partidos del Gobierno pierdan”.