Hace unos días se celebró en el paraninfo de la Universidad de Castilla-La Mancha en Cuenca el acto de inauguración del curso académico 2022-2023. El solemne acto, con procesión de togados, incluye una lección magistral inaugural que en esta ocasión fue impartida por el profesor José Antonio Moreno acerca del “derecho a la buena administración”. Concluyó su exposición con uno de los mil consejos de don Quijote a su escudero Sancho para gobernar la ínsula Barataria: “si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”.
A decir verdad, resulta paradójico que un recto profesor de derecho administrativo coquetee con los márgenes de la justicia y su maleabilidad, pero sospecho que ya somos adultos para entender por qué Temis, diosa de la ley, se representa desde los griegos con los ojos vendados.
El camino de los tiempos recientes está tan jalonado de regates a la justicia que no es de extrañar que se extienda una perspectiva laxa de la misma. Porque asistimos perplejos a los indultos tanto a condenados por sedición como Junqueras como por corrupción como Griñán, y nos parece ninguneo que las sentencias no se cumplan, como la imposición del 25% de castellano en las aulas catalanas o la nulidad del ERE de Coca-Cola. En algunos juicios menores también se ejemplifica el desprecio a la sentencia, como en la condena a Ryanair por cobrar el equipaje de mano: le sale más rentable pagar la indemnización de forma recurrente que dejar de ingresar por un concepto abusivo.
Al desaguisado hay que sumar la imposición política de perfiles afines en los tribunales más relevantes, como el Consejo General del Poder Judicial o el Tribunal Constitucional. El carácter déspota de Pedro Sánchez -demostrado en los nombramientos y destituciones en el INE, el CIS, EFE o RTVE- le impide lavarse las manos y dejar hacer en un asunto tan turbio. Desde Europa se lo han señalado de forma certera: “no puede tener la Presidencia de la Comisión Europea un país que no es capaz de separar la política de los nombramientos de los tribunales”. Solo la exigencia europea, la dimisión honrada de Carlos Lesmes y la imperturbabilidad de Núñez Feijóo van a lograr que Sánchez, al fin, permita la renovación del CGPJ.
Podemos sospechar que el bueno de Sancho Panza no se enfrentó, en su ínsula Barataria, a la renovación de los tribunales. Sin embargo, y de no ser por las circunstancias que le hicieron huir, a buen seguro habría tenido que enfrentar otras decisiones vitales para sus gobernados. Uno de los aspectos más relevantes a nivel político suele ser el de aplicar la justicia a la redistribución y generación de riqueza: ¿es de justicia subir el salario mínimo? ¿Cuánto? ¿Es de justicia anular el impuesto sobre patrimonio? ¿Y el de sucesiones y donaciones? ¿Es de justicia subir las pensiones? ¿Cuánto y a quién?
No encontrará aquí, querido lector, una respuesta a estas incógnitas tan de actualidad. Ríos de tinta y sangre se han vertido al respecto por políticos, economistas, tertulianos y el vecino del callejón. A nivel político ciertas decisiones se toman, de forma inevitable, por interés electoral o necesidad publicitaria. A nivel económico, se puede contrastar que los economistas utilizan las variables que sirven a las conclusiones que pretenden vender. Y a nivel particular cada uno emplea su propia lógica e intuición para hacer una valoración de la equidad de este tipo de decisiones político-económicas.
Y don Quijote resume a Sancho: “hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico; y procura descubrir la verdad entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre”.