De repente todo es prisa, promesa y foto. Una vorágine de pollos sin cabeza que sonríen al flash en infinitas inauguraciones antes de que llegue Semana Santa y que lanzan inverosímiles promesas para un futuro mejor porque son conscientes de que no han generado un presente próspero.
Es de suponer que este ruido incesante venga avalado por encuestas electorales, pero también se puede sospechar que genera malestar en el ciudadano crítico, al que provoca una nueva dosis de desafección política: ¿tan poco han hecho nuestros gobernantes estos años que ahora tienen que correr y presumir y prometer? ¿Tan escasos han sido sus méritos que ahora lanzan nuevas promesas de urgencia? ¿Qué credibilidad tiene el que, desde el propio gobierno, anuncia nuevas propuestas que, en realidad, suponen enmiendas a su propia gestión?
La ciudadanía activa asiste perpleja a la polvareda de ruido y furia mientras se pregunta qué motor mueve a los representantes de la alineación socialista gobernante del POSE de Cuenca. Si fuesen políticos por vocación no cambiarían de actitud ante la proximidad de las elecciones dado que se esforzarían por dar lo mejor de sí mismos en su día a día y no solo ante el veredicto de las urnas.
Hace más de cincuenta años un joven filósofo alemán, de nombre Joseph Ratzinger, emitió unas declaraciones en la radio alemana en las que, en otro contexto, abordaba el concepto de la “pasión cotidiana” como un ánimo diario de donación extrema: “el futuro no vendrá de quienes solo dan recetas, no vendrá de quienes solo se adaptan al instante actual, no vendrá de los triunfalistas que solo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible; tampoco vendrá de quienes eligen invariablemente el camino más cómodo, de quienes declaran falso lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo”. E insiste en que “la generosidad que libera a las personas se alcanza sólo en la paciencia de las pequeñas renuncias cotidianas a uno mismo. En esta pasión cotidiana, la única que permite al ser humano experimentar de cuántas formas diferentes, lo ata su propio yo, en esta pasión cotidiana y sólo en ella, se abre el ser humano poco a poco”.
Da la sensación de que los socialistas conquenses en diferentes gobiernos ignoran esta pasión cotidiana que exige cada uno de los días y prefieren esa táctica ciclista del gran esfuerzo en un momento puntual para coger una buena posición de cara a una curva, un sprint o un descenso. En este caso, parece, para no perder comba a nivel personal de cara al final de mayo.
Detrás del sectarismo y la opacidad de los que han hecho gala estos cuatro años, queda ahora soportar la ofensa al votante entre inauguraciones y promesas. Como si no entendiesen que cada pueblo conquense tiene un ritmo, un tempo vital, una paciencia madura que se palpa y que todavía es capaz de conservar la virtud de la espera. Porque en cada pueblo se ha aprendido a esperar la lluvia, el crecimiento de la siembra, el parto de los animales domésticos, la salida de un nuevo sol, el retorno de un familiar. Y esta paciencia no es sinónimo de parálisis, sino de conciencia del tiempo, y por eso molestan tanto las prisas, porque suele suceder que quien corre o huye o tiene miedo.