Qué cuatro patas para la mesa política de la semana. Primera, la supresión del delito de sedición del código penal. Segunda, la bomba de humo para discernir el enriquecimiento propio en el delito de malversación. Tercera, las rebajas de pena de los condenados por agresión sexual al amparo de la flamante ley del solo sí es sí. Y cuarta, el anuncio de un nuevo récord de deuda pública, que supera por primera vez el 1,5 billón de euros.
Sucede todo tan deprisa que Grande-Marlaska ya duerme tranquilo después de que la semana pasada llovieran peticiones de dimisión por la reacción al salto de la valla de Melilla y las confusas explicaciones en la investigación asociada. Incluso un compañero de partido, Ángel Gabilondo, ahora como Defensor del Pueblo, contradice en un informe al ministro y deja en evidencia su versión de los hechos. Pero, claro, ¿Quién va a volver a un asunto tan lejano en el tiempo como la semana pasada? ¿A quién le preocupan aquellos negros cuerpos inertes? ¿Quién se va a escandalizar, a estas alturas, de las falsedades de un Gobierno nacido para el embuste? Albert Camus sentenció que “en una época de mala fe, aquel que no quiere renunciar a separar lo verdadero de lo falso está en cierto modo condenado a una especie de exilio”.
Mientras tanto, Pedro Sánchez sigue mintiendo sin hipotecar su credibilidad. Ya ni resulta reseñable su incongruencia discursiva. Y Pablo Iglesias y compañía siguen señalando de forma acusatoria a todo aquel que se desvía de su recto camino mesiánico, lo que nos aboca a todos, incluso sin pronunciarnos, al hediondo saco de los fascistas, manipuladores y machistas. Ya ni molestan sus insultos porque han metido a todo el mundo en las cloacas. ¡Ha llegado a tal extremo la neurosis por una “cacería mediática” que Pablo Echenique ha arremetido incluso contra la propaganda de su régimen, elDiario.es!
La lapidación de la semana en plaza pública le ha tocado a Joaquín Sabina por traidor al afirmar que “no soy tanto de izquierdas porque tengo ojos y oídos para ver las cosas que están pasando”. Con el agravante de ser aficionado a los toros y definir a Zelenski como “héroe extraordinario”. Sabina insiste en el fracaso constatado del comunismo llevado a la práctica y le duelen los sufridores países hispanoamericanos a la deriva del represivo populismo de izquierdas como Venezuela, o Nicaragua, o Cuba, o Colombia. Nadie sintetizó mejor que Salvador Dalí la hipocresía del comunismo cuando, en aquella célebre conferencia, proclamó: “Picasso es pintor, yo también; Picasso es comunista, yo tampoco”. Sabina, desde esta semana, forma parte de los “tampocos”.
En el entretanto, sobrevivimos sin hacer mucho caso al circo, más preocupados en afinar la temperatura del termostato que en escudriñar los pactos de Sánchez con el nacionalismo catalán, más desvelados por aspirar a una pequeña subida de sueldo que permita asumir el 15% de incremento de la cesta de la compra que por admitir una deuda pública per cápita de más de 30.000 euros. Y quizá en la resignación venga la penitencia, como si hubiésemos alcanzado un estado social de madurez democrática que fía, sumisa y paciente, su descontento social a la manifestación de las urnas como única vía de expresión.
Por lo demás, no hemos escuchado a los dirigentes socialistas conquenses manifestar su opinión de forma pública estos días: ¿Opina Guijarro que la supresión del delito de sedición en beneficio de los golpistas catalanes favorece la convivencia con los que se saltaron la ley y avisan que lo volverán a intentar? ¿Cree Torralba que existe la “malversación benéfica” y que la justicia debe castigar de forma diferente al que se enriquece que al que cuece con billetes a sus amigos o a su partido? ¿Qué opina Chana de una ley que está beneficiando a delincuentes sexuales y de una ministra soberbia que en vez de reconocer su error y enmendarlo con humildad se dedica a arremeter contra el único poder del Estado que no está en su mano, el judicial?
Se lo puedo resumir, querido lector: piensan, en esencia, lo mismo que usted, pero se demostrarán serviles a la causa socialista, como siempre lo han sido, por una suerte de disciplina indiscriminada que los ha animado a desvaríos como admitir la supresión del tren convencional, el intento de apropiación de los beneficios de los ayuntamientos, la aceptación de la bonificación mutilada de costes laborales, el aplauso a los indultos o el visto bueno a la peligrosa tramitación de ley de movilidad sostenible. Recuerdan a aquella época del despotismo ilustrado de "todo para el pueblo pero sin el pueblo".