Haya querido la casualidad que el mismo día confluya la despedida de esta legislatura y esta etapa en La Opinión de Cuenca con la celebración de mi cuarenta cumpleaños. Y haya querido también la casualidad que hayan sido, como se lee hoy en la sección La Cifra, 97 las ediciones de este digital publicadas desde abril de 2021 y 97 los pinos piñoneros que plantamos un célebre 8 de marzo de 2020, aquella jornada fatídica para la reputación de Irene Montero. Algún día sabremos quién se encarga de sembrar las casualidades que jalonan nuestra vida. Borges sospechó que la historia se complace en la paradoja.
El final de junio es tiempo de inicios y de finales. De un lado, arranca la estación estival, esos meses atípicos en el mundo rural que sacuden el sosiego y la monotonía con el desembarco normando en cada rincón de España. El verano es la vacuna de recuerdo anual de la esperanza en los pueblos rebosantes de vida, niños y casas abiertas. De otro lado, finaliza el curso escolar en todos los niveles educativos. Este año académico ha sido especial, en nuestro pueblo, tras cinco cursos en barbecho.
El martes celebramos el festival de fin de curso entre emocionadas lágrimas de todos los asistentes por la despedida de la profe Lidia, que se marcha confesando que no tenía prisa en que terminase el curso porque se sentía muy cómoda trabajando con este agradable grupo de alumnos. Ha sido capaz de "lidiar" en un aula unitaria con 7 niveles diferentes y 4 culturas con gran éxito. Pero si saco a colación este asunto no es por la gratitud debida, que se circunscribe a la intimidad privada, sino por lo que representa su respeto al mundo rural.
En un entorno asolado por la baja autoestima y el sentimiento de abandono, tanto de la administración como de los propios habitantes, la profe Lidia se ha dejado la piel en cada jornada de pasión cotidiana con vocación y trabajo obstinado, y ha preparado cada actividad con el mismo mimo que si estuviese en un colegio de élite organizando eventos para cientos de alumnos. Quise agradecerle su compromiso y responsabilidad, que han generado un necesario orgullo en todas las familias y ha decantado en un gratificante sentimiento de igualdad, aunque no sé si fui capaz de explicarme, ni entonces ni ahora. Estamos en deuda con todos aquellos profesionales "devotos" que ofrecen lo mejor de sí mismos en el mundo rural, desde el médico que mima durante décadas a su puñado de pacientes al cura que se desplaza los domingos a celebrar misa con dos o tres feligreses, y tantos otros. Somos seres vulnerables necesitados de respeto, autoestima e igualdad, y de eso va el reto demográfico.
Este próximo viernes 30 de junio se celebra la sesión de constitución de la Diputación Provincial de Cuenca en la que Chana será investido por segunda vez como presidente. Anticipo un discurso de investidura teñido de su tradicional triunfalismo, lo que me trae a la mente un párrafo de Max Weber en El político y el científico: «cuando, en tiempos de excitación, aparecen de súbito políticos de convicción vociferando en medio del desorden: "el mundo es necio y abyecto, pero yo no, la responsabilidad por las consecuencias es ajena a mí y corresponde a aquellos para los cuales yo trabajo y cuya necedad o cuya abyección yo podré extirpar", empiezo por discutir la consistencia interior que existe en el trasfondo de esta ética de la convicción». La ética de la convicción, en este caso, está hecha de algodón de azúcar: no valen ya los argumentos, reclamamos resultados tangibles.
Como muestra, un botón: una de las últimas iniciativas que ha impulsado Chana en la Diputación ha consistido en personarse como codemandada en un recurso contencioso administrativo presentado por los municipios en defensa del ferrocarril. Resulta escalofriante que una institución con alma provincial no solo haya aplaudido el cierre del único tren convencional de la provincia de Cuenca, sino que incluso pierda la dignidad ¡yendo a los tribunales a defender el desmantelamiento de esta infraestructura! Este gesto demuestra que algunos políticos se manifiestan como seres vulnerables ante las exigencias de sus superiores.
En esta legislatura que pronto comienza pedimos tazas de sensibilidad para los gobernantes provinciales. Que reconsideren su abandono al patrimonio histórico y artístico, ejemplificado en aquella frase del vicepresidente socialista en un pleno: «nosotros ya dijimos, y vuelvo a repetir, que menos piedras». Que imiten a la profe Lidia en su defensa de la igualdad, es decir, que aparquen su sectarismo para ofrecer un trato igualitario a todos los conquenses independientemente del municipio en el que vivan. Que muestren el debido respeto a los recursos que gestionan, humanos, materiales y económicos, para que todo se ponga al servicio del ciudadano por encima del interés político y abunde en prestigio de la institución que gobiernan. No parece mucho pedir, ¿verdad?
En los márgenes del mundo rural habitamos seres vulnerables que aspiramos a la igualdad real como piedra angular de la dignidad social, y así lo reclamamos sin éxito a los responsables de los desequilibrios mientras, en contraposición, recibimos lecciones de los que ofrecen su vida a manos llenas. Sirva esta última reflexión, querido lector, como excusa para desearle un feliz verano, a pesar de la tórrida campaña electoral que nos amenaza, porque tanto en la urna como en la arena de la playa frente al mar todos nos terminamos igualando.