La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

La penúltima llamada del último tren


Esta semana se “conmemora” el primer aniversario del anuncio, en Cuenca, del desmantelamiento de la única vía de tren convencional de la provincia. Ha quedado ya grabado en la memoria colectiva aquel martes 30 de noviembre de 2021 en el que la secretaria general del ministerio de Transportes, María José Rallo, presentó la supresión de la línea de tren entre Madrid y Valencia, pasando por Cuenca, bajo el aplauso y la aprobación de los correspondientes gobiernos socialistas: Guijarro por la Junta, Chana por la Diputación y Dolz por el Ayuntamiento. Suponemos que luego se fueron todos juntos a comer para celebrarlo.

Desde entonces se han publicado decenas de artículos que argumentan contra este desmantelamiento, muchos de ellos atinados, a los que me remito para evitar la redundancia. Porque sabemos que, por primera vez en la historia, el ministerio dispone de miles de millones de “euros europeos” para invertir en transporte ferroviario, porque se puede integrar el núcleo urbano de la capital sin dañar el servicio, porque no hace faltar renunciar a un tren con casi 140 años de historia para poner un autobús que vaya de Villar de Olalla al hospital, porque permitía vertebrar una provincia y unir grandes ciudades con dos de las comarcas más deprimidas, la Alcarria y la Serranía, y tantas otras razones surcando caudalosos ríos de tinta.

Están, estos socialistas, tan acostumbrados a dañar a los conquenses sin repercusión ni secuelas mediáticas que pensaron que en pocas semanas podrían correr un opaco velo de olvido sobre las vetustas vías férreas. Creyeron que atiborrando de autobuses vacíos la carretera de Teruel y construyendo una explanada de alquitrán en el Paseo del Ferrocarril -qué paradoja- podrían evaporar la crítica popular. Como siempre, aquí no ha pasado nada, circulen. Consideraron a los conquenses tan ilusos que incluso ofrecieron una vía verde a lo largo del recorrido férreo como una alternativa potente de desarrollo económico. Así de fácil quisieron despachar su servilismo. Así de nimio baremaron el daño social, económico y político a la provincia.

Y ahí es donde radica, con mirada sociológica, el error de cálculo. Porque la supresión del tren se ha convertido en el símbolo inequívoco del hastío conquense frente a su desamparo. La pérdida de un servicio público esencial -tan esencial que incluso estaba catalogado como de obligada prestación a pesar de su déficit estructural- duele incluso a ese gran porcentaje de la sociedad conquense que no lo disfrutaba. Porque no necesitamos sufrir un tumor para valorar un servicio de oncología ni tener hijos para apreciar un colegio.

El orgullo herido durante tantos años ha ido minando la autoestima conquense y considerando un agravio cada gesto de ninguneo institucional hasta que ha decantado en una aversión generalizada a la pérdida del último tren, convirtiendo en dolorosa nostalgia la defunción de un transporte romántico. Podría haber sido otra la gota que colmase el vaso, como el deterioro de la sanidad en el mundo rural, el cierre de servicios bancarios, el tremendo deterioro del transporte público en los últimos cuatro años, o el empobrecimiento de una exprimida clase trabajadora que, precisamente, es la que da sentido a nuestros pueblos. Pero ha sido una infraestructura de envergadura y ruidosa como el ferrocarril.

Sospecho que era difícil prever esta reacción de enfrentamiento sostenida en el tiempo y valorar que el cierre del tren se iba a convertir en un símbolo tan nítido de oposición al statu quo. En otros contextos se trabaja de forma más concienzuda ese paralelismo y funcionan peor. El socialismo hegemónico en nuestra tierra está probando de su propia medicina y ahí se ha quedado, solo, frente a un símbolo difícil de combatir porque es invisible. La locomotora se ve y se oye, pero el sentimiento extendido de orfandad conquense no se ve pero sí se siente.

Esta fría mañana de último domingo de noviembre volveremos a manifestarnos en defensa del tren, en el aniversario del anuncio de su cierre, por todos los motivos prácticos que conocemos y, también, por la restitución del respeto de los gobernantes a la ciudadanía a la que deben servir más con realidades que con fatuas promesas.

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