Cómo no vamos a tener ganas de verano si llevamos dos años de invierno, dos años que parecen una eternidad desde el último pasodoble en la verbena, dos años infinitos desde el último cohete del diecinueve. Pero ahora, por fin, arranca el estío con su bienvenida oficial el 21 de junio por el solsticio de verano, oficiosa con la noche de San Juan y práctica con la retirada de mascarillas el sábado 26. Cómo no vamos a tener ganas de verano si ahora podemos respirar aire sin filtrar, vernos la sonrisa, leernos los labios, marcar las 31, llevar gafas de sol sin parecer ridículos.
Tenemos tantas ganas de verano que incluso acogeremos con cariño una canción del verano insoportable, que tiritaremos sin reproches en el remojón en piscinas y playas, que el tradicional anuncio de la empresa cervecera catalana nos parecerá más bonito que cursi y volveremos a sacrificar las siestas de julio a pesar del zumbido del helicóptero del Tour de Francia.
Volvemos por fin a conciertos en vivo, alargamos las noches sin toque de queda, disfrutamos de los amigos tras una convivencia aletargada, compramos crema solar porque ha caducado. Y mientras, desde los ayuntamientos buscamos soluciones originales a este verano de transición y programamos actividades para unas fiestas patronales que llegarán entre comillas a cada rincón. Llegarán entre comillas y con condiciones pero con ilusión y con ganas de que nos rechinen los dientes de hacer fuerza para pasarlo bien.
La prudencia será más relajada pero presente durante estos próximos meses y todos queremos que el ritmo de vacunación siga certero su camino para evitar más descalabros. Por muchas ganas de verano que tengamos, nos queda la tristeza de los vecinos fallecidos y los negocios cerrados o maltrechos.
Pedro Sánchez también ha regalado un verano a Junqueras y compañía; les ha regalado un verano, les ha despojado del respeto al engranaje del Estado, les ha avivado la reivindicación y les ha encendido el ánimo de revancha. Como un mal cura, los ha absuelto sin confesión ni arrepentimiento de sus pecados, sin penitencia ni propósito de enmienda. Ojalá en la resolución del indulto haya una letra pequeña de invitación a disfrutar el verano en las playas de Cádiz, con parada a comer en los Picos de Europa y velada en cualquier fiesta popular de un pueblo de Cuenca. Para que Junqueras y pandilla se enamoren de toda la península y, desde la toalla, solo reivindiquen otra sangría.
Hace un par de años invité a Gabriel Rufián a las fiestas de Villaescusa de Haro como consecuencia de una polémica hurgada por él. Ni me contestó ni asistió, pero quizá ahora tenga una nueva oportunidad como penitencia por los indultos de sus compañeros y termine, entonces, entendiendo que la fraternidad vale más que el nacionalismo supremacista.