Escribo estas cuatro líneas deprisa, con la premura de quien sabe que su tiempo se acaba. Y lo hago mirando al calendario, tachando los días que restan para dar por finalizado este 2022 que tantas cosas sorprendentes nos ha deparado, tanto en lo personal como en el devenir de los acontecimientos cotidianos.
Al hacer recuento del año que se nos va, cabe reflexionar sobre aquellos tiempos en los que las fechas navideñas venían cargadas de ilusión, de esperanza y de buenos deseos. Tiempos en los que el aroma a mantecados y rosquillos de anís empapaban con su dulzor las calles llenas de chiquillos jugando, alegres, esperando la navidad. Momentos felices en los que las muñecas de Famosa caminaban hacia el portal y desde la lejanía se preparaba el equipaje para volver a casa y fundirse en abrazo feliz con el resto de la familia. Chispazos de fe ciega en el décimo de lotería comprado o compartido, con la esperanza de ser agraciados con un pellizco con el que poder ir tapando agujeros… Retazos de inocencia, al fin y al cabo, que con el paso de los años se van diluyendo del mismo modo que se deshacen las gotas de lluvia al caer sobre la tierra mojada.
Resulta penoso contemplar cómo, con el paso del tiempo, se va perdiendo el espíritu navideño, sustituido por un afán meramente comercial, sin el menor sentido. Cómo hemos ido perdiendo sensibilidad hacia quienes nos rodean y sólo pensamos en pronunciar el ‘yo, mi, me, conmigo’, como letanía absurda para convencernos de que somos el ombligo del universo.
Se nos va el año, y con él una gran dosis de confianza en la bondad del ser humano. Ese minúsculo grano de arena que somos, limitados y efímeros, perdido en la inmensidad del cosmos, es también capaz de crear la más maravillosa obra de arte con la misma facilidad que se arma para la guerra y destruye todo lo que encuentra a su alrededor, confirmando así la gran paradoja de la humanidad.
Las manecillas del reloj avanzan inexorablemente y marcan con su ritmo el paso de los minutos que aún nos quedan para dar por terminado este corto ciclo vital al que llamamos año, aunque tal vez para el conjunto del universo no llegue a ser ni la millonésima parte de un milisegundo. Por eso se impone ir acabando esta última entrega de esta etapa, para volver tras el paréntesis navideño y poder contar de nuevo con ustedes, amables lectores que nos siguen desde que empezamos esta andadura.
Y como todo resumen debe tener un final, guardo para ese momento, el balance de lo bueno y lo malo de esta docena de meses que tocan a su fin. Si digo que todo ha sido bueno, habrá quien me tache de demasiado optimista (y tendrán razón). Si digo que todo ha sido negativo, habrá quien piense que soy demasiado pesimista y también tendrá razón. Así es que mejor lo dejamos en empate, que es la mejor manera de contentar a todos y a ninguno al mismo tiempo.
Lo que sí me gustaría, y es un deseo que formulo en voz alta es: que los políticos que nos gobiernan paren de mentirnos, que dejen de una vez de tomarnos por imbéciles y que se dediquen a procurarnos mayor bienestar. Que se abstengan de modificar las leyes en su beneficio personal, que vuelvan a la senda del sentido común y, sobre todo, que no dejen el gobierno de este magnífico lugar en manos de tanto rufián como anda suelto, ya que este tipo de canalla ni siquiera quiere pertenecer a este país.
Con mis mejores deseos de paz y bien para todos, pongo punto y final a esta entrega semanal de 2022. A pesar de los pesares, nos queda la esperanza de que el mañana será mejor que el ayer.