El artículo 2 de la Carta de Naciones Unidas dice “Los miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la AMENAZA o al USO DE LA FUERZA, contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier estado, o en cualquier forma incompatible con los propósitos de Naciones Unidas”. Esta declaración suscrita por todos los miembros de N.U. no solo se extiende al uso de la fuerza en toda la extensión de la palabra y su trascendencia, si no a la AMENAZA del uso de esta. Resulta curioso que en los últimos días no hemos tenido noticias relevantes sobre el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para conocer del desarrollo en su seno del conflicto surgido al este de Europa.
Este órgano de las Naciones Unidas es el único investido con los poderes necesarios para autorizar el uso de la fuerza, prohibición de esta que es principio de derecho internacional consuetudinario y norma Ius Cogens. No es menos cierto que la misma Carta de Naciones Unidas contempla el uso de la fuerza en legítima defensa y que aquel estado que resulte agredido puede ejercer una respuesta adecuada y proporcional a la fuerza recibida “hasta tanto el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad internacional”.
Tras las reformas surgidas históricamente en su seno, no las necesarias y esenciales, su composición actual se ha fijado en 15 miembros de los que diez son elegidos en mandato de dos años por la Asamblea General de N.U. y los otros cinco con carácter permanente. EEUU, China, Francia, Reino Unido y la Federación Rusia; los “cinco grandes”, tienen el derecho de veto contra cualquier resolución de calado en su seno. Siendo la Federación Rusa una de las dos partes de este conflicto, cuya otra es Ucrania, lo es aquel a su vez con derecho de veto en el Consejo de Seguridad. Una posición incompatible en este caso, carente de los mecanismos de resolución que contempla el Derecho interno de cualquier Estado mínimamente democrático. Y no creo que sea por falta de esfuerzos de la Comisión de Derecho Internacional para proponer normas que solventen estas graves lagunas consuetudinarias. Y en estas condiciones se llegó a la cumbre mundial de 2005 de Naciones Unidas que pretendía profundizar en los problemas de fondo de esta Organización Internacional, pasando por una reforma profunda de la Carta que permitiera la del propio Consejo de Seguridad. Los resultados cosechados fueron lamentables. El propio Consejo sanciona con su voto unánime las reformas de la Carta, y esta pretendía afectar a su estructura y funcionamiento. Los resultados ante ese derecho de veto fueron los esperados: el inmovilismo y la situación actual de inoperatividad del C.S. La Sociedad Internacional aspira a la consecución de la paz mundial como mandato unánime de los ciudadanos a quienes representa. "Los estados arreglarán sus controversias internacionales por medios pacíficos, de tal manera que no se ponga en peligro la paz y la seguridad internacional ni la justicia”. Este es el mandato de la Resolución 2625 (XXV), la más importante en la historia de Naciones Unidas. Y así, el arreglo de las controversias internacionales, se basará en la igualdad soberana de los Estados y se hará conforme al principio de libre elección de los medios. En ningún caso esta resolución, ni ninguna otra, contemplan cargar con más amenaza los conflictos.
Visto el panorama planteado, y ante la falta de una resolución firme del Consejo de Seguridad, instando a la prohibición de la amenaza, así como imponer las sanciones adecuadas a la situación; nos encontramos hoy abocados a la decisiones de algunos Estados que, lejos de cumplir los mandatos de la resolución 2625, organizan a su vez en la zona ingentes concentraciones de medios bélicos. Efectivos de los que parecían carecer hace unos meses cuando dejamos tirado al pueblo afgano y en especial a sus mujeres; movimientos que alimentan aún más, si cabe, el escenario bélico. Intrigante fue la actitud tranquila, distendida, segura y burlona del Ministro de Exteriores Ruso frente a su homólogo Norteamericano; este más nervioso, titubeante e incómodo. Esos gestos exteriores no nos transmitieron a los europeos ninguna tranquilidad. Aún menos saber que hemos de confiar en este conflicto en su líder, el cual olvida encendido el micrófono cuando severamente insulta a un legítimo periodista que se limitaba a hacer su trabajo, cual es obtener la información necesaria para el pueblo soberano. Y no dudamos de su diferente diligencia en la custodia de los maletines de los botones rojos. Dios nos libre.
Se plantea ahora mal escenario para las naciones europeas que hemos “dinamitado” y dinamitamos algunas de las fuentes energéticas que deberían servir como remedio extraordinario de emergencia para escenarios de este tipo. Nos hemos pegado muchos y diversos disparos en los pies de nuestra producción energética y ahora puede que mordamos la mano de los que nos suministran esa energía que, algunos de aquí, nos metieron por los ojos durante décadas. Soluciones milagrosas a la reducción de unas emisiones de Co2 que cada día se multiplican a la misma velocidad de antaño, contamines o no. Ya ni hablar de la dependencia europea del granero Ucraniano; recordemos los efectos en los precios de las materias primas por la erupción puntual del volcán Eyjafjallajökul en 2010.
Por otro lado todos tenemos muy claro en España, todos menos uno, que según el artículo 4.2 de la L.O. 5/2005, de la Defensa Nacional, le corresponde al Congreso autorizar con carácter previo la participación de las fuerzas armadas en misiones fuera del territorio nacional. La acepción de la palabra “previo” está muy clara: que es anterior o precede en el tiempo. El Consejo de Ministros, nacido del partido que años atrás clamaba el no a la guerra, autorizó el pasado 21 de diciembre el envío de tropas, aviones y barcos de “guerra” a este conflicto en particular. Quiero traer a la memoria aquellos acontecimientos pasados cuando España, previo acuerdo del Congreso de los Diputados, a propuesta del Presidente Aznar, envió tres buques sanitarios y 900 efectivos humanos, con el compromiso de “no participar en misiones de ataque o de carácter ofensivo”. Y así se cumplió el mandato. La respuesta entonces de la oposición fue incendiar las calles con un no a la guerra, del que participábamos todos los españoles como era lógico, y como base de acusación una foto en las Azores. Aquello fue un “que viene el lobo”, pero el lobo nunca llegó. Hoy ese lobo tiene afilados colmillos en forma de caza bombarderos; vehículos de combate Pizarro y Leopardo de 105 y 120 mm; misiles antibuque; torpedos, etc. Un lobo que ya no viene porque camino de Europa del Este va. Obviamente, sin aprobación y debate previo de los representantes de la soberanía nacional.