La capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la capacidad de la tierra para producir alimentos. Malthus.
El dominio tecnológico sobre la naturaleza se ha traducido a menudo en degradación del medio ambiente.
Sucedió durante las revoluciones industriales y las guerras mundiales. A finales del siglo XX, tras la caída del Muro de Berlín y de los regímenes comunistas, se hicieron visibles las profundas heridas que esta ideología política había infligido, no solo a millones de personas, sino también a la naturaleza, con la contaminación irresponsable de aguas, tierra y aire. Este pasado dramático ayuda a explicar que, junto al feminismo y a la mentalidad anticonceptiva, la ecología ocupe un puesto destacado en el horizonte cultural contemporáneo. El ecologismo es su radicalización ideológica.
El movimiento ecológico nació para administrar responsablemente los recursos naturales y legar a las generaciones venideras una naturaleza incólume. Pero plantear correctamente la relación entre el ser humano y la naturaleza no es fácil. Exige una idea previa sobre el estatus de ambos.
Alexander von Humboldt, fundador de la Universidad de Berlín, uno de los principales impulsores de la geología, la geografía y la biología, acortó la diferencia entre los hombres y los animales, sacralizó la naturaleza y rechazó la noción de creación.
Estos postulados alimentan las versiones ideológicas de la Deep Ecology, hasta llegar a contemplar al ser humano como un virus peligroso para la “Madre Tierra”. Por eso los embriones humanos y los enfermos terminales de muchos países occidentales, están menos protegidos por la ley que algunas especies animales.
En su versión más radical del ecologismo, Christopher Manes, editor del Earth First Journal, ha repetido que la extinción de la especie humana es algo bueno. En su artículo: Población y SIDA sostenía que, “si el SIDA mataba al 80 % de la población mundial, contribuiría a salvar la naturaleza”.
En esa misma línea, Ingrid Newkirk, cofundadora de la organización de defensa de los animales más importante del mundo (PETA), se atrevió a decir que “en los campos de concentración fueron aniquilados 6 millones de judíos, pero 6.000 millones de gallinas morirán al año en mataderos”.
En 1972, el Club de Roma hizo público el informe “Los límites del crecimiento”. El texto era catastrofista. Aseguraba que la mayor parte de las fuentes de energía y materias primas del planeta se habrían agotado antes del final del siglo, y que la quinta parte de la población habría sucumbido a las crisis alimentarias. Las previsiones eran falsas, pero así juegan las ideologías, pues para ellas “no importa la verdad, solo lo que la gente cree” (Paul Watson, cofundador de Greenpeace).
La táctica del ecologismo ideológico es repetir constantemente la existencia de una crisis ecológica real o ficticia, llámese deforestación, desertización, contaminación, calentamiento global o desaparición de especies. Expuesto el problema se busca al culpable – el ser humano –como una amenaza para el sistema biogénico . Y se propone o se impone una solución neomaltusoniana: el control de la natalidad por medio del aborto, la píldora o la esterilización.
El ecologismo no está solo a la hora de promover el control de la natalidad. Esta causa la apoyan casi todas las ideologías.
Por ahora ahí lo dejamos y que pasen lo que queda de verano de la manera más feliz que puedan permitirse.