El ecologismo no está solo cuando promueve el control de la natalidad. Apoyan esta causa casi todas las ideologías.
La mentalidad antinatalista se acentuó con la publicación del “ Ensayo sobre los principios de la población”, publicado por Thomas Malthus, a finales del siglo XVIII, aunque ya existían propuestas desde Platón y Aristóteles, que desarrollaron medidas para evitar un crecimiento demográfico excesivo en la polis. En la Inglaterra de finales del siglo XVI, a Fracis Bacon le preocupaba la alimentación de los 4 millones de habitantes.
No todos pensaban lo mismo, Jean Bodín, en el siglo XVI afirmaba que “nunca hay que temer que haya demasiados ciudadanos, dado que no hay mayor riqueza ni fuerza que los hombres”.
En 1776 el economista Auxiron creía que Francia soportaría 140 millones de habitantes, siete veces más que tenía el país entonces.
Malthus, en cambio, pronosticó que los alimentos aumentarían en progresión aritmética, mientras que la población crecería en progresión geométrica.
Sucedió lo contrario, Malthus, no pudo imaginar que la revolución tecnocientífica multiplicaría los recursos y privaría de esa justificación al control de natalidad.
Angus Deaton, premio Nobel de Economía, nos recuerda que la fuente principal de la prosperidad no es la tierra o los recursos naturales, sino algo mucho más importante: las personas. Un ser humano más en el mundo no es una carga más, sino alguien con capacidad de crear riqueza.
Una rápida comparación de los datos de población por km. Cuadrado y el nivel de vida nos dice que la diferencia de nivel socioeconómico no la marca la densidad de población, si no los regímenes políticos.
En 1974, Pablo VI desenmascaraba en la sede de la FAO una de las principales causas del antinatalismo:
En otros tiempos, en un pasado que esperamos que haya terminado para siempre, las naciones solían hacer la guerra para apoderarse de las riquezas de sus vecinos. ¿Y no es una nueva forma de hacer la guerra imponer a las naciones una política demográfica restrictiva, para asegurarse que no reclamarán la parte que les corresponde de los productos de la tierra?
Aunque infundado, el miedo a la superpoblación había calado en la opinión pública. Ese temor, aliado con el feminismo ideológico, ha provocado en Occidente el desplome de la natalidad, el suicidio demográfico, fenómeno en el que Nietzsche tiene su cuota de responsabilidad: los filósofos posmodernos constatan que el Superhombre ha enterrado el deber moral y ha implantado sobre su tumba el reinado del individualismo hedonista. ¿ Porqué tendría que pensar a largo plazo quien está convencido de que nuestra especie es un capricho de la química del carbono? Para cada uno de nosotros – piensa el materialista – la vida concluye dentro de unos años. ¿Qué sentido tiene entonces preocuparse por lo que vaya a ocurrir después? Sobre todo si ha tenido la precaución de engendrar hijos por cuyo porvenir inquietarse.
España es uno de los países donde más ha arraigado esta mentalidad. Desde 2015 el número de nacimientos es inferior al de los fallecidos. Hemos pasado en medio siglo del “ baby boom” al “death boom”.
La crisis demográfica europea es en gran medida la expresión de un cansancio existencial y de un prolongado nihilismo. Por eso, la batalla cultural por la natalidad tendrá que descender hasta el nivel de los fundamentos, hasta conseguir que los europeos vuelvan a creer en algo que les trascienda y proporcione sentido.
Probablemente, lo que necesitan los “últimos padres” no es tanto un estímulo económico – que también – como reconocimiento social: prestigio, gratitud, revalorización de la función parental.