Es difícil transmitir el sentimiento de la gente, yo diría que todo hay que vivirlo para comprenderlo en profundidad.
La sociedad en general tiende a huir de los pueblos. Sobre todo en el interior de la meseta castellana donde la dureza del medio se hace extrema y como consecuencia de las vivencias recordadas por los padres se envía a los hijos lejos para poder sentir la tranquilidad de mantenerlos apartados de la incertidumbre y las malas experiencias.
Pero también es cierto que cuando alguien lo siente profundamente no renuncia nunca a esa vida que en ocasiones hace llorar de emoción al comprobar cada mañana cómo la vida se abre paso, aunque quizás al día siguiente las lágrimas derramadas son amargas y duras al ver que en instantes, el trabajo, la ilusión y los sueños de la tarea bien hecha, desaparecen como consecuencia de otro factor del medio que siempre está presente como es “el tiempo”. Sí, el meteorológico.
Es una realidad solo entendida por los hombres del campo que solo lo abandonan en el final de sus días.
Y en ocasiones no se les entiende cuando hasta hoy se quejan por una pertinaz sequía, y tan solo unas semanas más tarde o como máximo meses claman y protestan por un cambio de tiempo que les encharca, apedrea, y en definitiva destroza el fruto de su trabajo e ilusiones puestas en sus cosechas.
Desde otros lugares se critica ese comportamiento que observan pero no entienden porque no lo viven en profundidad. A veces escuchamos como dicen “no hay quien les entienda, hace cuatro días se quejaban de la sequía y ahora ya protestan por exceso de lluvia”.
Hoy hablamos todo el mundo de un posible “cambio climático” cuando observamos en periodos cortos de tiempo sequías, o lluvias torrenciales que lo destrozan todo.
Lo que es cierto es que los estudiosos nos cuentan que este mundo que nos aloja en este momento, existe desde hace muchos millones de años. Y la mayor parte del tiempo sin el hombre. Conocemos que todo ha cambiado muchísimo. En un principio sin vida, después diferentes especies que desaparecieron con el paso del tiempo para dar lugar a otras nuevas. Es decir que los cambios se han ido repitiendo continuamente aunque a lo largo de periodos muy dilatados en el tiempo, y ello sin la intervención humana que es una de las especies más recientes sobre el planeta tierra.
Los más viejos en este momento vivieron el año 45 (del siglo pasado) en el que aquí, en La Mancha cerealista, se vieron obligados a arrancar literalmente la siembra porque fue el único modo de coger algo de grano que les permitiera comer al menos un poco de pan. Pan incluso de cebada que no era precisamente en aquellos años ningún lujo.
Es decir, que una sequía tan fuerte como la actual (que está siendo tremenda) ya vivieron los padres de los que estamos abocados a los sesenta. No sé si entonces hablarían también de cambio climático. Pero al año siguiente todo cambió tan rotundamente que el 46 fue bautizado por la gente “del lugar” como “el año grande” como consecuencia de las abundantes lluvias que hizo recuperarse todo e incluso hacer un año muy generoso en sus cosechas.
Pero es que en el año 95 también del siglo pasado volvió a repetirse de modo muy parecido aquel patrón de los años cuarenta. Ojalá ahora que volvemos a sufrir el desasosiego que quita las ganas de salir al campo a los agricultores, vuelva a repetirse el retorno generoso de la lluvia tan necesaria para que la vida en el campo, para los que lo sienten de verdad, pueda continuar siendo posible.
Cuando hablamos del concepto “desde que hay registros”, nos referimos a un periodo tan corto en la historia de nuestro planeta que quizás no sea muy correcto atribuir al hombre la destrucción del mundo. Y menos aún, cuando se utiliza incluso en política para lanzarlo contra el de enfrente aunque ambos disfrutan de todas las comodidades que el que denominamos “desarrollo tecnológico” actual proporciona.
Y con esto no niego en absoluto la subida de la temperatura media de la tierra, ni la existencia de catástrofes naturales, ni nada de lo que en la actualidad vivimos, sobre todo desde el campo. Pero es cierto que los habitantes sobre la tierra continúan creciendo de forma intensa y continua, y que esta población requiere cada vez de más alimento, como de más energía para desarrollarse y vivir.
Es verdad que todos debemos tener un comportamiento respetuoso con el medio que nos sostiene, que el carbono fijado por la naturaleza y almacenado en el subsuelo durante millones de años se está gastando de forma rápida originando el efecto invernadero, etc… pero la vida se abre paso y tiene la necesidad de consumir para desarrollarse. Y esto en el que llamamos primer mundo como en los países en vías de desarrollo.
No vale con defender sin razonamiento profundo por ejemplo el coche eléctrico sin saber que quizás para la obtención de esa electricidad se estén utilizando combustibles fósiles como los coches tradicionales.
Como tampoco se entiende que se prohíba hacer uso de un vehículo viejo a alguien que con el mismo puede terminar su vida y se le obligue a cambiarlo por uno nuevo (con los materiales y recursos que precisa). Seguro que el comportamiento obligado es mucho más contaminante que el renovador. Esta sociedad está perdiendo el norte en estas cuestiones tan elementales denominando buenos a estos “ecologistas acomodados”, y malos a los que no se adaptan a sus dictatoriales teorías proteccionistas que cuando se analizan en profundidad son completamente falsas.
Y se olvida a aquellos que desde el medio rural, ya con determinada edad, han aprendido a base de sufrimiento la verdadera naturaleza de la vida. Las sociedades antiguas siempre respetaron sobre todo a los mayores por sus enseñanzas fruto de la experiencia. Pues que los modernos tecnólogos y falsos ecologistas vayan a beber de esa sabiduría que desprecian desde los despachos con todo tipo de lujos y comodidades.