Aún no se atisba la primavera y, sin embargo, he visto gente que anda pidiendo escaleras para subir a la cruz, al más puro estilo machadiano.
Claro que, unos las piden para llegar hasta el crucificado, tratando de quitarle hierro al nazareno, en tanto que otros la buscan afanosamente -la alquilan e incluso hasta la podrían llegar a robar- con tal de encaramarse a lo más alto del madero para remachar los clavos. ¡Por los clavos de Cristo!, como diría mi madre.
Nunca me he distinguido por seguir la corriente -ninguna- y no lo voy a hacer ahora, aunque pueda parecerlo. Y digo lo de la corriente, porque me identifico con los que piden escaleras para desenclavar; los que al conocer el cartel han asentido con la cabeza dando su aprobación a la obra de un creador, de alguien que se esfuerza por ser distinto huyendo de tópicos e imágenes convencionales a las que tan acostumbrados estamos en nuestra ciudad.
Enrique Martínez Gil (arquitecto de profesión y fotógrafo de vocación) es el artista que, con más nueces que ruido, ha sabido plasmar en el escaso espacio de un cartel la esencia de la Semana Santa. Mejor dicho, de su Semana Santa, que como él mismo dice, hay muchas formas de ver y sentir este evento tan arraigado en Cuenca.
Podrá gustar a unos y no gustar a otros, como siempre sucede, pero lo que no se puede negar es la originalidad y el atrevimiento de este conquense para dar a conocer su visión de nuestra Semana de Pasión, y de exponerse a la crítica de los puristas y a la indiferencia de los que ni hacen ni dejan hacer. Criticar por criticar.
Volvamos a la cruz, o mejor dicho a los remachadores de clavos; a los que andan siempre enredando, liándolo todo para no sacar nada en claro, con la malévola intención de obtener beneficio en río revuelto, técnica muy utilizada por los pescadores mediocres.
Éstos, los mediocres, son los que sacan la gaita ante cualquier acontecimiento y dan su opinión -sin que nadie se la pida-, pontificando sobre lo humano y lo divino. Hablan de todo y no saben de nada, critican cualquier obra de arte, siendo legos en la materia. Y aún me atrevo a decir más; estos no sólo no saben de arte, sino que no pintan nada ni en la vida, ni en su casa, que ya es pintar poco.
Y como si de un paso de Semana Santa se tratara, hago un alto en el camino, dejo el banzo sobre la horquilla y vuelvo la mirada hacia el cartel, y trato de profundizar en la intención del autor. No lo consigo, aunque comprendo su interés por condensar en un espacio tan reducido, sentimientos, colores, vivencias, presencias y ausencias. Enrique Martínez Gil, ha plasmado sus sensaciones sin atenerse a normas ni pagar peajes por hacer lo que su instinto le dictaba, asumiendo que las críticas serían duras y la incomprensión aún más. Ese es el tributo que te exigen cuando muestras al público tu obra. Riesgo que Enrique ha asumido y que, como tantos otros artistas conquenses, sufrieron en sus carnes.
¿Recuerdan las críticas que recibió Miguel Zapata, quien nunca se atuvo a normas, reglas ni imposiciones cuando recibió el encargo de reformar las puertas de ‘El Salvador’? Zapata fue capaz de echarse al hombro las opiniones y la crítica, como Sansón, y dejó boquiabiertos a los panolis de los Filisteos. ¿Sirve el ejemplo?.