El origen del pensamiento liberal se remonta a la Europa que sufre las guerras de religión y propone como nuevos criterios de entendimiento la libertad de conciencia y la tolerancia. El diálogo razonable será, desde entonces, el procedimiento característico de toda comunidad que se defina como “liberal”.
Pronto de la tolerancia religiosa se paso a la política: a un estado neutral no solo frente a las creencias, si no también frente a las actividades privadas de los ciudadanos. Gracias a esa distinción entre el Estado y la sociedad, el liberalismo se convirtió en “el arte de separar lo público de lo privado” (Walzer).
En su Historia de las ideas contemporáneas, Mariano Fazio explica que el liberalismo político clásico se caracteriza también por ser una “teoría de los límites del Estado”, es decir, por proponer los medios que impiden al Estado la violación de los derechos de los particulares, en abierta crítica contra el absolutismo monárquico. Estos medios son bien conocidos:
1. La representación política de los ciudadanos.
2. La separación y limitación de los tres poderes políticos.
3. El establecimiento de un estado de derecho que garantice la coexistencia pacífica de los ciudadanos libres.
Entre la Iglesia y el Estado habrá también una separación efectiva. La antigua sanción divina de las leyes y de la autoridad va a ser sustituida por la sanción de la mayoría. La democracia como forma de gobierno será una consecuencia lógica, con un fundamento pre-político innegociable, como afirma Norberto Bobbio:
“El pensamiento liberal es la expresión, en sede política, del iusnaturalismo más maduro, pues se apoya en una ley precedente y superior al Estado, que otorga a los individuos derechos subjetivos, inalienables e imprescriptibles. En consecuencia, el Estado no puede violar esos derechos fundamentales, y si lo hace se convierte en despótico".
A la libertad religiosa y política se unió la económica. La libre competencia y la libre iniciativa deben operar sin más trabas que el marco constitucional. Las leyes de mercado – la mano invisible de Adam Smith – bastarán para satisfacer las necesidades materiales y aumentar la riqueza de forma constante. Implícita y explícitamente se afirma que el fin último de la actividad económica es el mayor beneficio posible, al que queda subordinada cualquier otra consideración. Esta pretensión puso al liberalismo clásico en una encrucijada teórica y práctica: si no abandonaba la concepción absoluta de la libertad, corría el riesgo de llegar a un conflicto social permanente.
¿Qué fue lo que sucedió? Lo veremos en la próxima entrega.