La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Estamos fomentando la cultura del parasitismo


Quienes nos acercamos a los sesenta cerramos los ojos y comprobamos en nuestra retina la satisfacción de una vida llena de dificultades y obstáculos que se fueron superando siempre con trabajo pero con metas logradas año tras año.

Tenemos la sensación de que con esfuerzo y sacrificio, además de un deseo fuerte de mejorar, todo es posible. Primero nos tocó desde muy jóvenes (8-10 años) arrimar el hombro en las tareas más duras para poder acceder a la formación que en teoría nos proporcionaría una vida mejor y más placentera.   Gran parte de nuestro tiempo era dedicado a ayudar en las tareas agrícolas y domésticas que nos facilitaría el acceso a lo que soñábamos nosotros y también nuestros padres.

En el campo primero participábamos en las tareas de recolección, pero según íbamos creciendo ya recogíamos sarmientos a mano haciendo gavillas que luego calentaban nuestras casas con el fuego y la denominada por aquí en La Mancha como “la gloria” que consistía en una especie de túneles bajo las principales habitaciones de la vivienda que trasmitían a la casa el calor necesario para pasar el invierno. Aquello era sostenibilidad y economía circular.

Más adelante en las viñas aprendimos a podar, y a todo lo necesario para que el cultivo diera el fruto que permitiría nuestro futuro.

Algunos incluso vivimos la siega del cereal ya con máquina que cortaba y ataba la mies para después “hacer la era” donde se trillaría y obtendríamos el grano y la paja. Lo principal era el grano, pero la paja se vendía para consumo de los animales de tiro entonces tan necesarios en el cultivo de los ajos de nuestra zona. Había años que podía decirse que valía tanto la paja que el grano. Sin olvidar otros subproductos de la labor de la trilla como “el tamo” que también se vendía para echarlo en “el barranco” que todas las casas tenían para la cría de gallinas y otros animales domésticos. Barranco que al menos una vez al año se “sacaba” y la basura serviría para el cultivo de la pequeña huerta que daba para la familia, para vender y hasta para hacer conservas en el verano/otoño y después tener para el consumo durante los largos inviernos. Y repito de nuevo que aquello era sostenibilidad y economía circular.

El cultivo del ajo casi completamente manual y de secano que con no mucha superficie permitía tener rentas elevadas que aportaban un alto porcentaje de la economía familiar. Por supuesto que también “la ricia” del ajo después de cortar se le llevaba al pastor que la guardaba para los días de invierno que no podía salir a pastar con las ovejas.

Y además de todo ello, en las pequeñas explotaciones, quedaba tiempo para ir en verano a echar jornales a explotaciones mayores o hasta hacer de peón albañil y ganarte así un dinero que venía de maravilla para seguir adelante.

Los fines de semana eran completos de trabajo hasta las tres de la tarde del domingo que tras la comida y con la satisfacción de “haber cumplido” se descansaba viendo “La casa de la pradera” en la televisión.

Era tan duro que uno se alegraba cuando llegaba el lunes en lugar del viernes como ahora para disfrutar del fin de semana.

Pero aquel afán de trabajo, sacrificio y superación cada año que pasaba te hacía ver que avanzabas. Que todo se iba logrando.

Y así se podía estudiar y ya después alcanzar un trabajo remunerado y con “mayor calidad de vida” decimos ahora, aunque visto lo que hoy tenemos genera demasiadas dudas. Se accedía a una vivienda en propiedad que con un préstamo nada barato al cabo de los años se pagaba.

Ya mayores, casados, con hijos, se iniciaba de nuevo el ciclo. Entonces ya nos tocaba criar y educar a nuestros hijos, y por supuesto los malos recuerdos (los del sacrificio y el esfuerzo) se intentaron evitar en lo posible. Y quizás ese haya sido el error que está pagando la sociedad actual.

Hoy todo lo que huele a trabajo (sobre todo manual) nos sabe mal. Y aquella cultura de superación casi ha desaparecido. Culpamos a la clase política, o no sé a quién, pero lo cierto es que todos tenemos parte de responsabilidad. Todo requiere un esfuerzo y aprendizaje, y el trabajo físico formó parte de nuestra formación, y creo que fue bueno. O al menos así se ve con la perspectiva del paso del tiempo.

Quizás como consecuencia de todo ello hoy hay demasiadas ayudas que facilitan la proliferación de vagos que ven en ello la posibilidad de vivir sin trabajar. Muchas subvenciones, muchos subsidios y poca cultura del esfuerzo.

Y hablamos de sostenibilidad y economía circular sin ser capaces de mirar a quienes nos han precedido para aprender de ellos.

El caso es que hoy a los jóvenes les resulta difícil independizarse, construir un futuro próspero. Llevamos más de diez años que todo parece estancado, que no es posible prosperar y crecer. Como que la curva ascendente que tantos años se mantuvo, tras un punto de inflexión no recobra la tendencia positiva. Y es que el objetivo de siempre hacia la mejora se ha truncado, y quizás con tantas ayudas y facilidades la sociedad actual tiene demasiados vagos que viven de los que siguen trabajando, y éstos últimos se van cansando y agotando.

Simplemente quiero reivindicar la cultura del trabajo tal y como nos la inculcaron los padres de nuestra generación. Hay necesidades obligadas que atender, pero se tiene que ser más selectivos no sea que caigamos en el error de desmotivar fomentando el parasitismo.  

 

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