La Opinión de Cuenca

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Hábitos y virtudes


Todas las virtudes se pueden reducir a cuatro, que proceden directamente de los griegos y realizan los cuatro modos principales del obrar humano:
 -La determinación práctica del bien: prudencia.
 -Su realización en sociedad: justicia.
 -El esfuerzo para conquistarlo o defenderlo: fortaleza.
 -La moderación para no confundirlo con el placer: templanza.

Las virtudes son hábitos adquiridos. No nacemos con ellas. Sólo la repetición de un mismo acto cristaliza en un tipo de conducta estable que llamamos hábito. Gracias a ellos, el hombre no está condenado como Sísifo a empezar constantemente de cero. Sin ellos, la vida sería imposible: gastaríamos nuestros días intentando hablar, leer, andar,… y moriríamos por agotamiento y aburrimiento.

Ya dijo Aristóteles que sería inútil saber lo que está bien y no saber cómo conseguirlo. No nos conformamos con saber en qué consiste la salud, sino que queremos estar sanos. En la Ética a Nicómaco encontramos esta respuesta precisa: “ Los hábitos no son innatos sino que se adquieren por repetición de actos, cosa que no vemos en los seres inanimados, pues si lanzas una piedra hacia arriba diez mil veces, jamás volverá a subir si no es lanzada de nuevo”.

Junto a su naturaleza biológica, el ser humano es capaz de adquirir una segunda naturaleza: a través de los actos que repetimos y olvidamos, se decanta en nosotros una forma de ser que permanece. Pero la libertad ofrece siempre su doble y peligrosa posibilidad fundamental. Así, unos se hacen justos y otros injustos, unos trabajadores y otros perezosos, responsables o irresponsables, amables o violentos, veraces o mentirosos,… La libertad, en suma, nos brinda posibilidades de protagonizar actos buenos o malos. En el primer caso adquirimos virtudes; en el segundo, vicios.

Los pedagogos saben que, si los hábitos perceptivos no arraigan pronto, la personalidad del niño queda a merced de sus deseos.

Cuando un hábito peligroso cristaliza, puede resultar imposible erradicarlo. Hay que reconocer que la víctima de un vicio, es en gran medida, responsable de su impotencia, porque ha llegado a ser injusto y depravado- diría Aristóteles- “ a fuerza de cometer injusticias o de pasarse la vida bebiendo y en cosas semejantes, cuando en su mano estaba no haber llegado a lo que ahora es”.

 

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