En el siglo XXI, el feminismo adopta una tercera modalidad más radical: la ideología de género. Su objetivo es la implantación de nuevos modelos de familia, educación y relaciones, donde lo masculino y lo femenino esté abierto a todas las opciones posibles; donde la subjetividad psicológica (me siento hombre, me siento mujer) prevalezca sobre la objetividad biológica. Shulamith Firestone, feminista radical y marxista, es muy explícita. En 1970 escribió: “El objetivo final de la revolución feminista no es sólo eliminar el privilegio del varón, sino la distinción sexual. Sólo entonces terminará la tiranía de la familia biológica y se permitirán todas las formas de sexualidad.”
Unos años más tarde, Martin Duberman, historiador y activista radical LGTBI, nos recuerda que los objetivos originales de la ideología de género son destruir la familia, eliminar los juicios morales y crear una “nueva utopía en el ámbito de la transformación psicosexual, una revolución donde hombre y mujer se conviertan en diferencias obsoletas".
Una propuesta tan antinatural solo puede triunfar si la imponen las leyes, y esa es precisamente la misión de las leyes de género. La ideología de género da oxigeno a la izquierda marxista, que sustituye al proletario por la mujer, a la que declara en peligro constante, amenazada por el hombre. La mejor estrategia de esta ideología es la educación. Por eso entró de puntillas en los colegios públicos, sin hacer ruido, disfrazada de inclusividad y de iniciativas amables contra el acoso escolar casi inexistente. La máscara cayó al poco tiempo, cuando se denunció el lenguaje y el pensamiento “hetero-normativo”, alegando que todos los alumnos (incluidos los niños de preescolar) necesitan expresar su “auténtico” género.
Una vez adoptada, la agenda de género afecta a todos los niños, no solo a los “confundidos”. Una escuela inclusiva exige que todos los niños una falsa antropología y unas ideas desestabilizadoras sobre la identidad. Exige la formación de todo el personal escolar en la nueva neolengua. Peor aún: los activistas justifican que se oculte todo esto a los padres, alegando que los niños no están seguros en casa cuando los padres, sobre todo los que son religiosos, se oponen a la ideología.
Por eso abundan los centros escolares inundados de arcoíris, celebraciones del orgullo gay, clubs de estudiantes homosexuales y heterosexuales, libros con historias de transgénero,… Los ideólogos de género han inventado un problema donde no lo había, han magnificado el problema de la inclusión de las minorías sexuales como si fuera el gran problema de la Humanidad.
La educación sexual que impone el modelo LGTBI presupone que cualquier niño puede ser trans ,lesbiana o gay. Cada vez hay más chicos que se identifican como chicas y ganan competiciones deportivas. Todo esto puede resultar morboso y surrealista, pero no es la finalidad de la ideología de género. Su meta es la utopía de Firestone y Duberman: pansexualidad, identidad fluida, tolerancia sexual sin restricciones y desaparición de los vínculos biológicos y de parentesco.