La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

La curva que no cede


Desde hace ya más de 20 años he venido impartiendo centenares de ponencias y conferencias sobre diversos aspectos relacionados con la foresta, el medio rural, y la influencia en tales espacios del cambio climático. Siempre manifesté, por extrañas razones de cálculo que nunca me explicaron, que los incendios forestales y las emisiones de los sistemas vegetales del medio no contabilizaban en la “Curva de Keeling”, no hace mucho descubrí que eso era falso. Las emisiones de los sistemas vegetales se registran en los dispositivos y los incendios también.  El objetivo final era difundir en la sociedad la mitigación y reducción de las emisiones de Co2. En definitiva, me esforzaba en sensibilizar a la sociedad cuales eran los males de nuestro modelo de emisiones y hacia qué nos teníamos que dirigir para evitar el cambio climático y sus consecuencias nefastas.

La citada “Curva” corresponde a los trabajos realizados por el científico norteamericano Charles Keeling, en relación a las emisiones de Co2. Keeling fundó en 1958 un observatorio en la isla de Mauna-Loa, Hawái, obteniendo muestras de la concentración de dióxido de carbono atmosférico que desde aquel año sirven como referencia o punto de partida para conocer los aumentos que se han venido produciendo en la atmósfera desde entonces hasta la actualidad. Hoy, la mayoría de países del mundo cuentan con su propio observatorio que toman como punto fijo inicial los datos de Hawái. Es evidente que el aumento de este gas no permite la disipación del calor atmosférico. Sin embargo, Keeling, advertía que esas emisiones tenían su punto más elevado del periodo anual en el invierno del hemisferio norte, reduciendo sus emisiones en el verano del mismo hemisferio, gracias a la mayor densidad de plantas y foresta de esta latitud. Evidente es que cualquiera sabe aquello de que “no se debe dormir en una habitación que contenga plantas pues si carecen de luz emiten Co2 y consumen oxigeno”. Pues bien, esto mismo ocurre en los sistemas vegetales de la tierra como advertía Keeling.

La curva imparable, que contabilizaba 417 ppm a principio de 2020, entre marzo y julio, con el mundo entero confinado aumentó de igual manera. Trenes; barcos; transporte en general, así como una mayoritaria parte de la industria mundial quedó totalmente paralizada durante incluso meses después. Nadie se había planteado jamás un escenario parecido de reducción de emisiones. Sin embargo, con una reducción drástica jamás vista antes, las emisiones registradas en los observatorios de C02 fueron prácticamente las mismas que en años anteriores, incluso subiendo hasta los 419ppm actuales. He contactado con varios científicos para pedir respuestas sobre este insólito acontecimiento y nadie me da explicación alguna. Incluso algunos lo desconocían y quedaron muy sorprendidos. Otros decían que eso no podía ser. Incluso alguna respuesta ha sido bastante agria: “es lo que hay y punto”. 

La política mundial de cambio climático está basada principalmente en la reducción de las emisiones antropogénicas. Emisiones ínfimas en los meses del confinamiento mundial y bajas durante muchos meses posteriores, no han sido registradas de igual manera en los observatorios, que continuaron sumando los aumentos de costumbre. Es más, preocupado por estos resultados, consulté cual ha sido el efecto de las drásticas reducciones que hemos practicado desde la cumbre de Río. Cuales han sido los efectos en la curva tras estos 30 años de importantes sacrificios; grandes renuncias a sistemas obsoletos; centrales térmicas voladas por los aires; motores de bajísimas emisiones producidos por los grandes fabricantes; energías limpias eólicas o solares que pueblan ahora nuestros campos; infinidad de sistemas de ahorro energético en envolventes o en sistema de agua caliente; drástica penetración de las tecnologías led entre otras, etc. Sin embargo el impacto en la curva ha sido inexistente o nulo. La población mundial se ha triplicado desde 1950; un 60% vive en Asia, frente a un 10% en Europa, lugar este donde con más empeño se aplican la reducción de las emisiones con estos nulos resultados que conllevan a una pobreza energética jamás vista en el pasado. Pero no es solo energética. En España están aumentando de nuevo las colas del hambre. La carestía de la energía que estamos provocando trae la subida de los precios que se marcan inalcanzables para algunas economías familiares. En Europa vemos limpia y brillante la casa; somos los mejores en implementar reducción de emisiones, siempre que no levantemos las alfombras: y bajo esas alfombras encontramos inconvenientes para la extracción de Litio, clave en la  fabricación las insustituibles y contaminantes baterías para una transición al vehículo eléctrico, pero se las compramos a otros. En España la Ley de Cambio climático prohíbe prospecciones como extracciones petrolíferas: gas, varios minerales, fracking, pero compramos estos productos a otros países. Volamos por los aires las térmicas dando señales claras a los productores de que por mucho que suban sus precios los vamos a pagar, ya que anulamos la diversificación en origen aún en momentos críticos como el actual. Damos la imagen de compromiso ambiental pero fomentamos que sean otros los que lo generen por nosotros como si aquellas prácticas que aquí se dicen dañinas contra el clima no se produjeran en el mismo planeta. Tenemos unos niveles de hipocresía que superan a la propia curva ascendente de las emisiones que tratamos de mitigar.

Todos buscamos energías más limpias con el planeta pero ello no debe llevarnos a la radicalidad más salvaje nunca vivida en la historia de la humanidad. Los datos de la curva en los meses del encierro y durante toda la pandemia nos debiera llevar a reflexionar que ocurre y por qué la curva no cede se haga lo que se haga. Nuestra radicalidad energética está dejando a muchísima gente atrás, lo que nos aleja de los propios objetivos principales de la agenda 2030.

Necesariamente, a la vista de los datos, hay fuentes emisoras con las que no estamos contando; puede que las que llamamos malísimas lo sean tanto, ni las que llamamos mitigadoras lo sean como tal.

Por ello quiero traer a colación los propios incendios forestales mundiales, fruto del abandono y de la despoblación, que en su conjunto anual superan a todas las emisiones de la U.E.

Pero aún con más fuerza las propias emisiones de los sistemas vegetales, bosques, herbáceas o matorral, que han aumentado exponencialmente desde los años 50 en todo el mundo por el fenómeno de la despoblación y el abandono de los usos rurales, en especial de la ganadería extensiva. Hoy se invierten ingentes cantidades de recursos económicos públicos en fomentar el vehículo eléctrico (aún sin desarrollar importantes aspectos como la carga con potencia adecuada en un país con redes insuficientes, o la durabilidad de las baterías en el plazo que ha pedido el optimista parlamento europeo esta semana, 2030) o en fomentar energías llamadas limpias; insuficientes para soportar el voraz consumo mundial, insuficiencia que provoca los aumentos de precio conocidos. No se invierte en absoluto en fomentar la gestión forestal, cada día más abandonada o en la ganadería extensiva, condenando al ganadero que ya está establecido a abandonar las explotaciones, ya sea directamente haciendo ineficiente el producto de su explotación, ya sea fomentando que campen a sus anchas especies incompatibles con este uso ancestral como el lobo. Y lo digo porque es parte de la clave de este artículo de opinión. Invertir en la ganadería extensiva lo es en reducción de incendios forestales, principales fotos de emisión de Co2 a nivel mundial. Invertir en ganadería lo es en reducción del exceso de pasto, pues un pastoreo bien gestionado contribuye a reducir los gases de efecto invernadero presentes en la atmosfera como han demostrado los últimos estudios científicos. 

En definitiva, una de las causas mayoritarias de esas constantes emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera la tienen los sistemas vegetales, bosques, herbáceas y matorrales, en clara expansión incontrolada por el efecto de la despoblación mundial iniciada en los años 50. Las plantas tienen una potente influencia sobre el calentamiento global, liberan oxigeno durante las horas de luz solar, pero también dióxido de carbono en los periodos de largas noches y poca luz solar, lo que explica la forma de cola de dragón ascendente de la curva de Keeling. Ondas que deberían estar compensadas entre inviernos y veranos pero que tienen una tendencia ascendente gracias al suplemento de nuestra actividad humana; pero quizá mucho más a la disminución del efecto enfriamiento de la evapotranspiración de las plantas motivado por los altos niveles del fatídico gas. El crecimiento descontrolado de la biomasa forestal por falta de gestión de los bosques, cuyo balance también lo es en aumento global en millones de hectáreas. El de los pastos o matorral por falta de ganadería extensiva, todo ello fruto de la despoblación global que supone unas emisiones de Co2 brutales, las cuales se esconden o se ocultan. 

Todo ello pudiera ser la explicación más convincente a que los observatorios de cambio climático no registren reducciones proporcionales a los esfuerzos que hacemos algunas sociedades para mitigar el cambio climático imparable de origen. Vivimos tiempos de expropiación del ESTADO DE BIENESTAR, hoy un lujo para muchas familias, por radicales posturas que, mientras están cebadas con los precios de las energías lastradas por el efecto climático,  no atacan a uno de los posibles orígenes más fuertes del problema. No se invierte en el medio rural, ya no para mitigar la despoblación, si no para evitar estas emisiones que tanto nos preocupan y afectan a nuestra economía. Tengo la firme convicción que invertir en el medio rural sigue sin ser prioritario aunque a partir de hoy aquellos que callan sabiendo la certeza de todo lo relatado aquí, mañana alzasen la voz contra tanta hipocresía e incongruencia con los datos que no se pueden negar. Tomaremos asiento para no cansarnos en esa espera.


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