“Un masón es un ciudadano pacífico sujeto a los poderes civiles, que nunca se va a implicar en conjuras o conspiraciones contra la paz y el bienestar de la nación”.
Constituciones de Anderson.
En su fundación decían compartir el ideal ilustrado de fraternidad universal. Bajo esa bandera, lo que empezó siendo un gremio medieval de albañiles había experimentado, a lo largo del siglo XVIII, una extraordinaria expansión entre sectores intelectuales y aristocráticos, creando una poderosa red de influencias por todo el continente.
Masonería e Ilustración muestran un cierto paralelismo. Nacen y se desarrollan al mismo tiempo, principalmente en Francia e Inglaterra.
Si muchos ilustrados eran masones todos los masones comparten el ideario ilustrado. Pero la masonería, a diferencia de la Ilustración, es una organización sólida, que perdura en el tiempo y cumple un programa de transformación política, económica y educativa. Junto a su obsesión anticatólica, su gran empeño es la implantación universal del programa ilustrado.
Para su estudio son indispensables las “Constituciones de Anderson” de 1723. Allí se describe a una sociedad de élite, cerrada a las mujeres, cuyos vínculos están por encima de la familia, la religión y la patria.
La relación ente la Masonería y la Revolución Francesa fue muy estrecha, pues fueron masones los principales revolucionarios: Mirabeau, Desmolin, Marat, Danton, Westermann, La Fayette, Rouget de Lisle (autor de la Marsellesa) y el Doctor Guillotin.
En 1792, recién fundada la República Francesa, la catedral de Notre-Dame fue profanada y el culto católico fue sustituido por el culto a la “razón y libertad”. En 1793, después de cortar la cabeza a Luis XVI, se desató una implacable persecución religiosa contra los católicos de La Vendée, desobedientes del nuevo régimen. Esta represión ocasionó más de cien mil muertes. Lo narra Julio Verne en una novela histórica: El Conde de Chanteleine. Fue el primer genocidio de la era moderna.
La Revolución Francesa hizo patente la capacidad subversiva de la Masonería, tanto en Europa como en América. En los países que Napoleón invadía, la Masonería desempeñaba un papel relevante. Las fuerzas de ocupación iban creando a su paso logias en las que intentaban integrar a élites nacionales. Masones fueron los líderes de la emancipación americana que acabaron con el imperio español: San Martín y Bolívar, Bernardo de O Higgin y Willian Brown. Las Constituciones de la Logia Lautaro, fundada por San Martín en Buenos Aires, resume uno de los propósitos de la Masonería: provocar el cambio político por medio de una minoría iluminada que regiría la nueva sociedad. La Logia tenía sucursales en Mendoza, Lima y Santiago de Chile y se preparaba para crear el ejército de los Andes, para expulsar a los españoles del continente. Lo narra Cesar Vidal en “Los Masones”.
Estas élites lograron el poder en las nuevas repúblicas hispanoamericanas, pero no lograron implantar sistemas democráticos sólidos, sino una cadena de dictaduras y oligarquías que sobreviven en nuestros días. Esta impotencia política de la Masonería ha sido malintencionadamente disimulada por innumerables publicaciones dedicadas a criticar la presencia española y la acción de la Iglesia Católica en Hispanoamérica.
Simón Bolívar, cuando entendió que el sueño de libertad se convertía en pesadilla, promulgó un decreto que proscribía “todas las sociedades o confraternidades secretas, sea cual fuera la denominación de cada una”.
En 1813, la derrota de las tropas francesas en España significó la disolución de la masonería española, eficaz instrumento del dominio napoleónico. Pero, gracias a su enorme poder conspiratorio, regresó a los pocos años.
El novelista Pérez Galdós, en uno de los Episodios Nacionales - El Gran Oriente- la describe así:
“Un hormiguero de intrigantes, una agencia de destinos, un centro de corrupción e infames compadrazgos. Una poderosa cuadrilla política que sólo se ocupaba de levantar y hundir adeptos, de impulsar el desgobierno del reino; era un centro colosal de intrigas, pues allí se urdían de toda clase y dimensiones”
De plena actualidad ¡!
Si el peso de la masonería en los procesos revolucionarios del siglo XIX fue extraordinario, también lo ha sido durante el siglo XX.
Esa enorme influencia se consigue, en gran medida, por medio de sociedades pantalla, cuya vinculación con la masonería es cuidadosamente disimulada. Se trata de instituciones políticas, económicas y culturales, casi siempre con amplia proyección internacional.
Entre las que describe el historiador Ricardo de la Cierva: La sociedad Fabiana, la London School of Economics, el Club Bilderberg, La Tabla Redonda, La Trilateral, el Royal Institute of Internacional affairs. En España: la Institución Libre de Enseñanza y su Residencia de Estudiantes y la editora Grupo Prisa.
Estas explícitas palabras de León XIII lo resumen bien. Fueron escritas en 1884 y se pueden aplicar a otras ideologías:
“Resulta claro el último y principal de sus intentos, a saber: destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo, y levantar a su manera otro nuevo, con fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo”.