Si mereciendo sillas juan y Diego/ dice Cristo que erraron en pedillas/ al que, sin merecellas, pide sillas,/ mas le valiera ser mudo que ciego.
Francisco de Quevedo y Villegas. Soneto
La maravillosa lengua española, como todas las lenguas, permite unas posibilidades expresivas mediante recursos léxicos, morfológicos y sintácticos con los que comunicar infinidad de mensajes, que pueden enriquecerse con la ironía y con las inferencias que el receptor-lector puede establecer a partir del mensaje del emisor-escritor. A esas inferencias apelo, amable lector, para completar el significado último que quiero darle a esta colaboración para referirme a algunos aspectos de esta vorágine electoral en la que estamos inmersos, más concretamente en lo que tiene que ver con la elaboración de las listas con las que los partidos políticos y las variadas agrupaciones de electores concurren a las elecciones.
Vaya en primer lugar mi enhorabuena a todos los candidatos que han resultado elegidos en las pasadas y que lo serán en las por venir, pero vaya mi agradecimiento más sincero como ciudadano a todos aquellos que con voluntad de servicio público, aun sabiendo que no resultarían elegidos, forman parte de las candidaturas que concurren a las diferentes elecciones; desde luego, no van con ellos estas reflexiones sino con quienes lo hacen con otros fines. Entremos en harina comentando las tres palabras que van al principio y pónganlas en relación con el siempre inagotable Quevedo.
Por la palabra lista, según la RAE, sustantivo de origen germánico, se entiende “Enumeración, generalmente en forma de columna, de personas, cosas, cantidades, etc., que se hace con determinado propósito”. El propósito de las listas electorales cabría pensar que debiera ser siempre el de ganar en unas elecciones, para lo cual cabría pensar también que los responsables de elaborarlas se cuidarían de incluir a los mejores o, al menos, a quienes se consideraría que son los mejores para lograr los resultados más favorables; no hace falta que recordemos que esto no es siempre así y que las razones para que no sea así es algo inescrutable, aunque en algunos casos sería fácil escrutar las razones. Algunas de estas razones tienen que ver con la entrada en escena de personas para las que cabe la aplicación del adjetivo que aparece en segundo lugar en la enumeración inicial y que, desde luego, debe entenderse como masculino genérico en términos gramaticales.
La palabra listo, adjetivo, tiene entre otras la siguiente acepción que viene pintiparada para el caso: ” Hábil para sacar beneficio o ventaja de cualquier situación”. En el caso de las municipales, sería interminable la relación de candidatos que aparecen en listas con el fin de prestar un servicio público entendiendo que el mejor servicio público empieza por uno mismo; por supuesto que hay honrosas excepciones que no hacen sino confirmar la regla y que en muchos casos prestan su nombre sin esperar nada a cambio; la capacidad inferencial del lector sí que es aquí imprescindible para completar la lista de todos estos listos que aparecen en las listas. Las elecciones generales y autonómicas ofrecen algunas diferencias a este respecto pues en este caso no son tantas las posibilidades de sacar ventaja o beneficio y la cualidad de listo hay que ejercerla con el que manda, siendo lo más dócil posible y, por supuesto, halagándole los oídos y obedeciendo a sus consignas sin rechistar; ya se sabe lo que le pasa al que se mueve… Solo hay que ver los resultados de las votaciones en las cámaras y repasar someramente los currículos profesionales de quienes ocupan la mayor parte de los escaños; estos no están hechos para pensar, para pensar ya están los jefes y aquí se viene a votar afirmativamente sus pensamientos. Para que esto funcione, es imprescindible que alguien o un grupo de personas se encargue del trabajo previo para hacer unas listas que, en la medida de lo posible, atiendan a las consignas emanadas de arriba pues se sabe que los resultados finales van a depender en gran medida de la marca y no tanto de la valía de quien aparezca en los puestos de salida; podrían enumerarse casos patológicos pero una vez más dejo en la mente del lector su capacidad inferencial para ejemplificar estas situaciones y ponerles nombre si llegara el caso.
Claro que aquí entra en escena otro actor fundamental para entender el sistema. El listero o listera,” la persona encargada de hacer la lista de quienes concurren a una junta o trabajan en común”. Todos los partidos tienen en su estructura orgánica una comisión electoral encargada teóricamente de elaborar las listas pero que en realidad las envían hechas estos listeros con mayor o menor acierto para que las comisiones les den el visto bueno. Por supuesto que estos listeros están sometidos a las más diversas presiones pero si esas presiones están vinculadas a su propia inclusión, o no, la cosa se complica y el resultado puede ser un verdadero churro; no importa mucho, pues los listeros saben que el resultado depende en gran medida de la marca y que las heridas se irán curando con el tiempo, sobre todo, si se gana; ocurre, no obstante, que en el camino se van quedando abundantes cadáveres que, unas veces con razón y otras sin ella, contribuyen al descrédito de la noble causa de la política.
Pero esto es lo que tenemos, que sería manifiestamente mejorable introduciendo en nuestra legislación electoral la modalidad de listas abiertas; vano intento a corto plazo con la partitocracia que nos gobierna pero que es legítimo plantear para nuevos horizontes. Entre tanto, es igualmente legítimo, obligado diría yo, reflexionar de manera crítica y respetuosa con algunos flecos defectuosos que todavía perviven en nuestro sistema democrático para que los responsables más directos tomen medidas en pro del bien común y no en beneficio propio. Esa ha sido mi única intención con evocaciones quevedianas para volver a los clásicos.