La prensa y la televisión gustan de airear noticias alarmantes sobre la inseguridad y la degradación de la vida urbana, casi siempre por la irrupción violenta de sentimientos hipertrofiados y descontrolados. Esa creciente pérdida de control sobre las emociones propias es una seña de identidad de nuestra moderna sociedad. Se pone de manifiesto un peligroso grado de torpeza emocional, que a su vez refleja un serio punto débil de la familia y la sociedad entera.
Por fortuna, aunque el sentimiento inclina hacia una determinada conducta, no anula la libertad para escoger otra distinta.
En toda persona se dan altibajos sentimentales, pero la persona equilibrada logra que sus sentimientos no conviertan su vida en una montaña rusa emocional. Igual que el fondo de nuestra mente está poblado por un murmullo de pensamientos, también constatamos la existencia de un murmullo emocional. El arte de sentirse bien constituye una habilidad fundamental, quizá el más importante de los recursos psicológicos.
No tenemos poder sobre la aparición de las emociones, pues no piden permiso para presentarse, pero poseemos cierta capacidad para controlar su permanencia e intensidad.
Si no somos capaces de eludir- por ejemplo- la tristeza, podemos impedir que nos invada por completo. Al fin y al cabo la vida es algo más que un libro de reclamaciones. No se trata de negar que la vida es dura, sino de afirmar que también es luminosa y bella.
En ocasiones, la tristeza, el pesimismo o la irritabilidad podrán ser efecto del cansancio motivado por un exceso de trabajo o por insomnio. La solución pasa por advertir la causa y descansar. Que quizá no deba consistir en no hacer nada, si no en ocuparse en una afición o en un pequeño trabajo doméstico que nos distraiga. Sin olvidar que somos sociales por naturaleza y que hacer algo por los demás es una excelente terapia.
Un sentimiento frecuente- difícil de controlar- es el enfado.
“Siempre tendremos razones para estar enfadados, pero esas razones rara vez serán buenas”, dijo Benjamín Franklin.
En los momentos de indignación es fácil tomar decisiones o lanzar palabras que produzcan heridas de difícil curación. Y entonces nos encontramos con que algo muy valioso quizá se haya roto para siempre: un afecto, una confianza, una relación necesaria. Esto le puede suceder a unos padres con su hijo, a una esposa con su marido, a un profesor con un alumno, a un sacerdote con un feligrés…
Uno se puede librar de su cólera descargándola a gritos, pero suele ser más eficaz tratar de calmarse y entablar un diálogo orientado a resolver el problema.
Un maestro tibetano aconsejaba sobre el enfado: “Ni lo reprimas ni te dejes arrastrar por él.”