La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Nietzsche, Freud y la Revolución Sexual (I)


  “Habría que asociar con la mala conciencia todo lo que se oponga a los instintos, a nuestra animalidad natural”.            
                                         Nietzsche.

“Tenemos que hacer de la teoría sexual un dogma, una fortaleza inexpugnable.
                                         Freud.

La mezcla inseparable de razón y deseo constituye al ser humano. Una mezcla altamente inestable cuyo control pertenece a la razón. El hedonismo es la negación de esa función rectora. Tan fácil de vivir como difícil de justificar. Ni siquiera Epicuro se atrevió a llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Para llegar a esa justificación hubo que esperar al siglo XX, a la alianza entre Nietzsche, Freud, el marxismo y el feminismo. De ella surge un producto ideológico que se desarrolla a lo largo del siglo XX. Uno de los efectos más visibles es la llamada revolución sexual.

Nietzsche muere en 1900, después de haber dedicado su vida a rechazar el deber moral, denigrar al cristianismo y defender una autonomía moral absoluta:

“Existe un feroz dragón llamado – tú debes- , pero contra el arroja el Superhombre las palabras – yo quiero- “. Por su irracionalismo se ha dicho que Nietzsche es un filósofo para adolescentes, pero es mucho más.

“Durante demasiado tiempo, el hombre ha contemplado con malos ojos sus inclinaciones naturales, de modo que han acabado por asociarse con la mala conciencia. Habría que intentar lo contrario, es decir, asociar con la mala conciencia todo lo que se oponga a los instintos, a nuestra animalidad natural".

Nietzsche no duda en decretar la muerte de Dios, consciente de que ese acontecimiento dividirá a la humanidad. El Superhombre crea y destruye los valores a su gusto. Y lo que quiere es el placer biológico sin trabas. Su símbolo es el dios griego Dionisos, exponente máximo de una conducta que aspira a embriagarse en los instintos vitales, de espaldas al equilibrio y al autocontrol encarnados por el dios Apolo.

En carta a su amiga Ida Overbeck, Nietzsche escribe: Iré a pique a causa de mis pasiones, que me hacen andar a la deriva. Me voy desmoronando poco a poco, y ya nada me importa.

Como un Voltaire fuera de madre, Nietzsche llevó a cabo una gigantesca operación de demolición cultural que no dejó títere con cabeza. Su objetivo central fue la religión cristiana, pero de paso arremetió contra la Grecia clásica, el positivismo, el evolucionismo, la democracia y el estado moderno. Fue la bestia negra de todo lo que se cruzó en su camino, el retrato de la intolerancia y el fanatismo, defecto que muchos le perdonan cuando advierten que era un enfermo incurable y que su apasionada y hedonista afirmación de la vida era la proyección de la impotencia de un enfermo.

El ataque al cristianismo es una de sus obsesiones destructivas, quizá como reacción contra la atmosfera que respiró en su niñez.

“Yo considero al cristianismo como la peor mentira de seducción que ha habido en la historia. Además es la religión de la compasión y cuando se tiene compasión se pierde fuerza, se entorpece la selección natural, se opone resistencia a favor de los desheredados y de los condenados por la vida, así que nada hay más malsano en nuestra malsana humanidad que la compasión cristiana.”

A los 39 años su lucidez mental se extingue y muere once años más tarde, sin haber recobrado la razón. Su fama empezó a extenderse por Europa hasta colocarle en los primeros puestos de la filosofía contemporánea.   

(Continuará...)

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