Los posmodernos no quieren defender ninguna ideología, pero en cierta manera lo hacen: su paradójica verdad se llama posverdad, eufemismo que quiere lavar la cara del viejo relativismo, presente de forma transversal en todas las ideologías. En 2016, posverdad fue elegida palabra del año por el Oxford English Dictionary, donde se lee que se trata de una predisposición a poner los sentimientos y las convicciones por encima de los hechos.
Una falacia posmoderna _ pensar que todas las opiniones son igual de respetables y valiosas _ ha facilitado el auge de la posverdad. Esa falacia arraiga y crece fácilmente en un mundo donde la sobredosis de información hace que todo nos parezca confuso, difuso y profuso. La posverdad proporciona una tabla de salvación en medio de ese caos, y nos brinda un mecanismo psicológico de defensa, la seguridad de saber a qué atenernos. Por eso aparece en cuestiones tan abiertas como el cambio climático, el feminismo o la inmigración, donde la ideología ayuda a tener postura. Pero la ideología barre para casa, simplifica y distorsiona. Ya lo había dicho Nietzsche : “ no hay verdades, solo interpretaciones”.
Por otra parte, la novedad de la palabra posverdad no va más allá de la palabra, pues las situaciones que nombra son tan viejas como la humanidad. El conflicto armado es una odiosa constante en la historia humana, Tucídides observó que la primera víctima de todo conflicto es la verdad.
Imperiofobia y Leyenda Negra, un libro de María Elvira Roca, donde se describe con minuciosidad la propaganda mentirosa, la desinformación y la calumnia, que puede sorprender al mejor informado de los lectores.
Dentro de la posverdad ha brotado lo que se conoce como corrección política, que se ha convertido en una especie de religión secular en Occidente. El lenguaje “políticamente correcto” domina el discurso público y censura cualquier transgresión, ignorando la célebre definición de Orwell: “La libertad es el derecho a decir a la gente aquello que no quiere oír”.
La corrección política es otro producto ideológico de la gran factoría marxista. Los pensadores de la Escuela de Frankfurt, con el pretexto de no ofender a grupos raciales, sexuales, étnicos, culturales o religiosos, fueron eliminando del ámbito público los conceptos que sostienen a Occidente.
El historiador norteamericano Stanley Payne protesta contra una corrección política “absolutamente talibanista “de la historia, que en Occidente domina el discurso público, los medios culturales y la Universidad.
Un producto estrella de la corrección política es la” memoria histórica. Se trata _ afirma Payne _ de una “ideología antihistórica en dos sentidos: primero, porque no tiene el menor interés de comprender la historia o estudiarla en serio, y segundo, porque desea oponerse a ella y denunciarla sistemáticamente”.
Una excelente muestra la encuentra el historiador en España donde la “memoria histórica” se circunscribe a la represión contra las izquierdas durante la Guerra Civil y la dictadura de Franco, no a la represión que ejercieron las izquierdas sobre las derechas durante la Segunda República y la Guerra Civil.
El argumento histórico sectario siempre ha sido un arma para las izquierdas, desprovistas de sus banderas y doctrinas de antaño. Un Estado democrático _ subraya Payne _ no puede establecer una versión oficial de la historia e imponerla a sus ciudadanos.