Para obrar bien no basta conocer lo que está bien. Se precisa saber pasar del conocimiento a la acción correcta, de la teoría a la práctica.
De las cuatro virtudes fundamentales, la prudencia parece la más difícil e importante. Es propio de la libertad tender puentes hacia el futuro. Puentes de lo que soy a lo que quiero ser; es el arte de dar los pasos oportunos para conseguir lo que todavía no tengo. En su origen, prudencia designaba la cualidad máxima de la inteligencia, el arte de elegir bien en cada caso concreto, una vista excelente para ver bien en las situaciones más diversas, capaz de apuntar en movimiento y acertar sobre el blanco también móvil de la vida misma.
La estrecha relación entre prudencia y circunstancias explica su gran dificultad.
Aristóteles lo describe así: “Al cuerpo sano no le conviene que le amputen una pierna; en cambio, amputar puede salvar la vida a un herido.” También señala, a riesgo de ser impopular, que los jóvenes pueden ser muy inteligentes, pero no prudentes, porque la prudencia es el dominio de lo particular, al que sólo se llega por la experiencia. Y el joven no tiene experiencia, porque esta se adquiere con la edad.
La prudencia es una virtud teórica y práctica, pues empieza conociendo y acaba actuando. No es mero conocimiento, sino conocimiento directivo, que reflexiona, enjuicia y ejecuta o se abstiene.
El arte de acertar, y lo digo por los políticos, requiere experiencia, petición de consejo y reflexión ponderada. Así lo resume Confucio:
¿Cómo puede haber hombres que obren sin saber lo que hacen? Yo no querría comportarme de ese modo. Es preciso escuchar las opiniones de muchas personas, elegir lo que ellas tienen de bueno y seguirlas; ver mucho y reflexionar sobre lo que se ha visto.”
Lo había dicho Marco Aurelio: prudencia significa “atención a cada cosa y ningún tipo de descuido.”
Si es una virtud necesaria para cualquier persona, lo es especialmente en la tarea de gobierno, por ser empresa de la que dependen muchas vidas.
Prudencia es la aplicación del primer principio de la razón práctica- hacer el bien y evitar el mal- a cada situación concreta. Presupone, la consideración actual de la ley moral. Lo mismo que la fortaleza se corrompe cuando se pone al servicio del mal, toda acción inmoral es imprudente.
A la hora de obrar con prudencia son muchos los obstáculos que pueden presentarse: la precipitación, la desgana, el peso de la costumbre o la moda, el sentimentalismo, la violencia de las pasiones, la experiencia de antiguos fracasos,… Por eso es necesario que la prudencia vaya acompañada de la fortaleza; sólo así se puede obrar rectamente cuando no es fácil o rectificar cuando sea oportuno, pues no es prudente el que no se equivoca nunca, sino el dispuesto a corregir sus equivocaciones.