El observatorio de cambio climático de Mauna Loa, Hawái, registró el dia 3 de abril de este año un nuevo récord de concentración de CO2: 421,21 ppm en la atmósfera. Si repasamos las gráficas de este observatorio detenidamente podemos comprobar que las emisiones de CO2 tienen un ritmo ascendente progresivo, con muy pocas variaciones. El pasado octubre esa cifra se redujo hasta los 413,93, si bien en esa tendencia de diente de sierra subirá las próximas semanas si no lo hizo ya. En octubre de 2020 alcanzaba los 411,51ppm, y un año antes fueron 408,75. Así paulatinamente se sabe desde marzo de 1958, tras la puesta en servicio del decano observatorio mundial. El ascenso en los niveles de CO2 en la atmósfera parece imparable, protagonizando bajadas constantes de marzo a octubre cada año, para subir durante el otoño e invierno a un nuevo record en cada periodo anual.
No se queda fuera de esta afirmación el periodo de octubre de 2019 a junio de 2020, periodo en que, contra todo pronóstico, las cifras de concentración pasaron de 408 ppm a 417ppm. Recordemos que la población mundial se encontraba prácticamente confinada en aquellas fechas y que la actividad industrial registró paradas de nunca antes conocidas, lo que nos ha llevado al cuello de botella actual post-confinamiento en la demanda de productos. Esto es un dato objetivo que cualquiera contrasta cada día. Por supuesto son objetivas y fiables las mediciones de Mauna Loa, coincidentes en la mayor parte con otros observatorios mundiales. Todos conocemos las imágenes que pudimos ver aquellos días en los informativos, enviadas por los satélites, que ofrecían una comparativa del antes y del después de la actividad industrial en el mundo a través de imágenes térmicas. Detalles también escalofriantes aquellos días. No fue menor el parón brutal de la aviación; transporte por carretera; ferroviario o marítimo. La baja demanda de combustible hizo que el petróleo cayera a precios antes desconocidos y que la demanda de energía eléctrica fuera anecdótica.
Son muchos, opuestos y diversos los argumentos que se han publicado sobre este fenómeno. Dice uno de ellos que cada año en mayo se produce el valor mas alto de concentración coincidiendo que en el hemisferio norte las plantas comienzan su periodo de crecimiento y eliminan grandes cantidades de Co2, lo que explicaría ese aumento coincidiendo con el confinamiento. Resultan sorprendentes estas afirmaciones pues esas plantas estaban ahí incluso antes del inicio de funcionamiento de los observatorios y sus emisiones se estarían contabilizando con anterioridad a la pandemia.
Otra corriente nos trata de tranquilizar justificando que “la inercia de las emisiones previas a ese periodo fueron las causantes de esas mayores emisiones”.
Justificación poco certera a mi juicio pues olvidan que la fijación en un 40% (acidificando estos) por parte de los mares, sumado al 37% que fijan los bosques, serían proporcionales a esa inercia, pero en este caso como sumideros sin descanso del CO2 de la atmósfera, con confinamiento o no.
Esta claro que el problema existe y estamos conociendo unas concentraciones de CO2 nunca antes sufridas por el homo sapiens. Pero entonces si la población mundial estaba mayoritariamente confinada, ¿quién emitía en pleno confinamiento mundial en esos niveles similares a periodos anteriores?
Es una pregunta que cada día que pasa, y la sociedad va conociendo este dato, nos hacemos con más fuerza sin respuesta firme y detallada por parte de la comunidad científica como acabamos de relatar.
Aumentan voces que se preguntan lo mismo sin respuesta. Hay otros datos que quizá pasan de puntillas y por los que forzosamente nos debemos preocupar. Según los datos del Servicio de Monitoreo de la Atmósfera de Copérnicus, CAMS, solo en julio y agosto de este año, los incendios forestales mundiales emitieron 2.500 millones de toneladas de CO2. El mediterraneo; Siberia; América del Norte; el Ártico; Australia; la Amazonía; África; América del Sur, etc.
Aquí es costumbre de algunos llegar a un incendio y contarnos con contundencia las causas: el cambio climático. Se quedan tan anchos.
Lógico que gracias a unas condiciones atmosféricas adversas, o favorables para su propagación, los incendios sean más extensos y virulentos. Nunca las causas de su ignición fueron el cambio climático ya que estas son habitualmente una cerilla; una hoguera; el rayo; un coche incendiado en la cuneta de una carretera... El cambio climático carece de mano generadora, si bien es muy recurrente acudir a su ayuda para justificar sus causas.
Los incendios forestales contribuyen de manera clara al calentamiento global reteniendo más energía en la atmósfera; la radiación no disipada sobre la tierra proyectada por el sol favorece que se derritan los polos así como otros fenómenos de lluvias o sequías extremas. En mi opinión, podemos decir que los incendios forestales son hoy contribuyentes natos del cambio climático gracias a las miles de megatoneladas de Dióxido de Carbono que emiten al año. Y es que, a su vez, los grandes incendios sin duda alguna son consecuencia de la despoblación rural que afecta a todos los continentes. Los montes y el medio rural en su conjunto forman un escenario desconocido miles de años atrás como es la falta de actividad humana en su conjunto. La ganadería es el mejor aliado de la gestión del medio, pero con pocos visos de recuperación. Las conclusiones respecto al metano que vamos conociendo en la cumbre mundial del clima ayudan poco a la expansión de este sector. Las grandes propuestas van hacia la electrificación del transporte, principalmente del automóvil. Casi todo se apuesta al enchufe y a las baterías para la movilidad, si bien se olvidan que pasaremos de 15.000 toneladas de estos residuos a 700.000 en pocos años, eso sin contar que esas baterías no son 100% reciclables. Pero las soluciones sobre el gran mal del medio rural y su consecuencia: la despoblación y los incendios, ni han llegado a la cumbre ni se las espera. Si tenemos claro que las emisiones procedentes de los incendios son tan brutales que superan de manera global en un año de baja incidencia a las emisiones por todos los sectores de la propia U.E. volvemos a la pregunta que nos hacíamos al principio sobre la relación de las emisiones de los incendios forestales con los datos de los observatorios de cambio climático del mundo durante la pandemia. Respuesta que, por su trascendencia y consecuencias en su caso se hará de rogar más de lo imaginado. Si es que a este paso, algún día llega.