El periodo más caluroso y con ausencia de lluvias del año es la definición que suele aplicarse a este término.
En toda la España cerealista venía a ser el tiempo de la cosecha. Habitualmente la siega del cereal se iniciaba en el mes de julio y hasta los años cuarenta y casi cincuenta todo era manual con el apoyo de las mulas que hacían el trabajo duro.
Hasta la simienza se realizaba de modo manual, la incorporación de algún abono del mismo modo que el reparto de la semilla.
Cerca del pueblo o en Las “Quinterias” (donde con algunas casas que solo consistían en la cocina como dependencia principal donde se guisaba, se comía y cenaba a la luz del candil y la cuadra donde las mulas se alimentaban y descansaban de las largas jornadas de trabajo) se tenía el “Quiñón” que consistía en una pequeña parcela adecuada a las dimensiones de la explotación donde la siembra que se realizó en otoño-invierno como el resto de las tierras, ahora en primavera se aprovechaba segándola en verde para alimentar a los animales de tiro.
Como esta parcela terminaba antes su ciclo, con las lluvias de primavera se hacía uso del rulo (de piedra tallada en canteras) para alisar y compactar la tierra que con un poco de paja del año anterior se dejaba tan plana como cualquier suelo asfaltado u hormigonado de hoy en día. Cuando este terreno secaba se tenía la “Era” donde toda la faena de la “trilla” de la “mies” y posterior “aventado” para separar la paja del grano.
Así era la vida del auténtico labrador al menos de aquí en La Mancha. Todas las faenas realizadas manualmente que culminaban con la alegría de la cosecha en las “cámaras” donde esperaban el mejor momento para su venta, que no era precisamente el posterior a la recolección.
El aventado dependía del tiempo. Aquí en la mancha conquense los vientos preferidos eran “El Solano” que venía del este o sur-este y “El Abrego” que venía del sur-oeste. El primero se solía levantar muy temprano y por ello los labradores antes de las seis de la mañana y con la luz de la luna comenzaban la tarea para llegar al amanecer con “El Pez” (montón alargado de la mezcla de grano y paja) terminado.
Todo se aprovechaba, el grano, “Las Granzas” (que tenían algo de grano mezclado sin terminar de desgranarse y con trozos de la caña de la paja correspondientes a los nudos del tallo del cereal que se usaban como un alimento para los animales con menos calidad que el grano, pero muy interesante, la “paja” resultante del trillado muy recortada para facilitar su digestión por las mulas y finalmente también “El Tamo” que era lo que el viento en el aventado se llevaba más lejos (este era lo más fino de la paja y se utilizaba para echar en los barrancos donde se tenían las gallinas y otros animales terminando al cabo de casi un año convirtiéndose en el estiércol que abonaba con materia orgánica los mejores suelos que se dejaban para “el pico” de huerta que proporcionaba las verduras típicas de la alimentación rural como los tomates, pepinos, melones y sandías y calabazas).
Todo un modelo de vida campesina que combinaba también con el cultivo de la vid que terminaba llenando las tinajas del buen vino que se consumía en las familias además de ser ya en aquellos años una importante fuente de ingresos para la población rural. Tanto que se decía incluso que el que tenía viñas, tenía dinero.
Pues estas tareas son las que impulsaron una sociedad rural que hizo crecer poco a poco nuestros pueblos, los que hoy en día se están despoblando. Y en aquellas gentes había una gran capacidad de trabajo y sacrificio vinculado a la propia actividad.
Son valores que los hijos recibían y continuaban cada día con mejores medios y rendimientos. Y ellos han hecho grande la capacidad de la gente y la sociedad en general para desarrollarse y progresar hasta llegar a los niveles de bienestar que hoy en día se disfrutan.
Pero son valores que se están perdiendo, y con ellos queda en cuestión el futuro de nuestras generaciones venideras. Y es que aquí es donde entra en juego la labor del mal político actual. Estamos en la cultura donde el esfuerzo se está eliminando o desincentivando. Subvencionan nuestros gobiernos, y hasta nuestros alcaldes hasta el hecho de cumplir 18 años. El que reparte (que poco le cuesta pues es dinero público, es decir, procedente de los impuestos que todos pagamos) obtiene el beneficio del contento de la población que probablemente le vote en las siguientes elecciones, y el que lo recibe se está acostumbrando a que la vida es fácil, tanto que es posible incluso sin trabajar, o trabajando lo mínimo.
Así estamos creando una sociedad cada día más difícil donde los que siguen luchando por generar riqueza se van casando y desmotivando, y podrá llegar a colapsar el sistema productivo que ha dado una España próspera durante las últimas décadas.