Cuando somos jóvenes soñamos un mundo casi maravilloso. La economía mejorará, el “estado del bienestar” irá alcanzando mayores cotas cada día, y nos sentimos actores realmente con poder de cambiar y mejorarlo todo. A la juventud, como se dice en mi pueblo, “no se le pone nada por delante”. Y esto es porque se mantiene la inocencia de los niños, a la vez que la energía e ímpetu propios de la edad.
Recuerdo la capacidad de trabajo que uno tenía ayudando a sus padres en las tareas agrícolas y de casa. Imagino que en cualquier otro ámbito distinto del rural será igual, pero mi mundo es éste, y a éste es al que dedico normalmente mis reflexiones.
Esta inocencia es la que el auténtico agricultor, hombre y mujer de campo, conservan toda su vida, solo que sin esa ilusión, sin ese ánimo que les caracterizaba en su juventud pues el mundo de hoy cada vez les valora menos.
Esta es una realidad que marca la vida misma y la transforma en lo que ya cerca de los sesenta a uno le hace “perder la cabeza” al observar que ni se ha crecido en el auténtico bienestar, y que aquellos ideales tan sencillos de alcanzar, ni de lejos se han logrado, sino más bien aquello que te enseñaban como pernicioso. Quizás sea la causa de la idílica e inteligente vida de quienes pasan casi todos sus días recorriendo surcos de cultivo o paseando al ganado por el campo viviendo en la plenitud de la palabra vida aunque habiendo asumido la triste realidad de un mundo que no sabe a dónde va.
Y hay una causa de todo esto, unos responsables que son los que hacen que todo cambie por culpa de su ambición. Son los que en cada lugar, y en particular en el campo no han trabajado nunca ni lo van a hacer. Son los que mientras otros se desloman en el tajo se dedican a pensar como engañarlos para vivir de ellos.
Vuelvo de nuevo, como en algún otro escrito propio anterior a referirme a los ESPECULADORES. Uno no entiende cómo personas con trabajos similares a otras crecen y crecen sin parar mientras los otros pasan su vida trabajando para vivir de forma sencilla pero siempre con dificultades.
Con la llegada de la globalización hace años parecía que el mundo se abría a tus pies para poder crecer y crecer, y obtener así cada vez más y más, creyendo que la felicidad estaría al final de esa carrera. Y sin embargo producimos más pero el beneficio o resultado cada día es más escaso.
Tenemos variedades de plantas que proporcionan cultivos más productivos, pero necesitan mayor cantidad de agua de riego para su desarrollo. Mayor empleo de fertilizantes, de energía, de materias primas. Del mismo modo imagino con el ganado.
Y por muy larga que pueda ser la carrera emprendida por aquellos jóvenes soñadores, si de su trabajo dependen únicamente, con el listón cada día más alto, nunca logran aquel estado del bienestar tan ansiado.
Recuerdo perfectamente cómo en el sur de la provincia de Cuenca con poca superficie de cultivo se podía vivir. Unas diez hectáreas de viñedo, 3 de ajos y un poco de cereal sin llegar a las 20 hectáreas en total y de secano que incluían un poco de olivo “para el gasto” una familia vivía y sus hijos podían estudiar simplemente ayudando en la explotación y la casa durante fines de semana y vacaciones.
Considerábamos ricos a aquellos que por ejemplo cosechaban doscientos mil kilos de uva al año. Pues hoy esa es la cantidad mínima para poder subsistir. Y para ello se entró en una carrera de perforar el subsuelo y extraer agua de mucha profundidad para poder regar. Y cada vez los equipos y maquinaria deben ser mayores y por tanto más costosos. Y así podría seguir poniendo ejemplos del punto en el que nos encontramos.
Y es que cada día son menos los que trabajan, y cada vez más los que viven “sin dar un palo al agua”. Era frecuente escuchar por parte de la “clase trabajadora” aquello de la tierra para el que la trabaja, pero ya nadie quiere la tierra. Entre otras cosas, sería necesaria mucha superficie para poder vivir. Por eso no prospera lo que el joven soñador aprendió que era bueno. Hoy se da el pez en lugar de enseñarnos a pescar. En este caso los políticos son los que recogen un manantial de votos con el subsidio que adormece a la población.
Por otro lado cada día son más los ejemplos de vida fácil en actividades que rodean al agricultor, la compra-venta de insumos (incluida la tierra) que con información privilegiada hacen rico a alguien en poco tiempo, las empresas de obra pública que obtienen grandes beneficios de obras que cobran sin problemas a pesar de la falta de calidad de las mismas, los que procuran maquinaria también de dudosa fiabilidad y necesitan las cada vez mayores explotaciones. Los tramitadores de subvenciones para todo tipo de actividades que rodean el medio rural.
Hay de todo menos gente trabajadora para producir. Y los que quedan, es tanto lo que soportan sobre sus espaldas, que cada vez hay más bajas. La desilusión aumenta. Y lo que esa gente trabajadora y generadora de auténtica riqueza produce se va diluyendo entre el capital especulativo que se va comiendo la base. Por ejemplo, en las cooperativas no para de disminuir el número de socios, de aquellos que las crearon y levantaron, y van pasando a manos de los que con la especulación del entorno rural se están haciendo con las grandes superficies que con poca mano de obra producen cantidades inmensas de producto sin calidad. Y ya son los que en poco tiempo se “adueñarán” del sudor y sacrificio de tantos agricultores auténticos que terminaron sus días sin entender cómo es posible vivir y enriquecerse sin trabajar.
Vivimos un mundo donde el “listo” está supliendo al inteligente, donde el “bribón” es envidiado, y los conceptos de trabajo y sacrificio tienden a desaparecer. La propia sociedad ya les llama “ignorantes” a aquellos agricultores productores por no saber otra cosa que trabajar.