La familia es un nido de perversiones. (Simone de Beauvoir)
Si la revolución sexual no elimina a la familia, la explotación de la mujer no habrá terminado. Shulamith Firestone
¿Qué significa ser mujer? ¿Es correcta la respuesta que ofrece el feminismo? ¿Hay una sola respuesta y un solo feminismo? La respuesta es compleja y aquí es interesante leer el ensayo que escribe Julián Marías, La mujer en el siglo XX.
En la vida de Freud, la pretensión del primer feminismo, liderado por las sufragistas, radicaba en la equiparación de derechos entre el varón y la mujer. Pero a los derechos siguieron las funciones y el feminismo comenzó a exigir la eliminación del tradicional reparto de papeles, juzgado como arbitrario. Así se radicalizó el segundo feminismo, rechazando la maternidad, el matrimonio y la familia como si fueran normas de esclavitud del varón sobre la mujer.
En el origen de esta radicalización encontramos El segundo sexo, un revolucionario ensayo de Simone de Beauvoir. La autora introduce la confrontación marxista en las relaciones de pareja y previene contra la “trampa de la maternidad”, anima a las mujeres a liberarse de las ataduras de su naturaleza y recomienda el aborto, el divorcio y toda la gama de relaciones sexuales. Estas ideas triunfaron en el París del 68 y se extendieron por los campus europeos y norteamericanos, con el poderoso catalizador de la píldora anticonceptiva. Se trataba de una revolución inédita en la Historia. Gandhi, uno de los grandes referentes del siglo XX, intuyó lo que podía sobrevenir:
“Es probable que el amplio uso de estos métodos lleve a la disolución del vínculo matrimonial y al amor libre. Es ingenuo creer que el uso de anticonceptivos se limitará meramente a regular la descendencia. Solo hay esperanza de una vida decente mientras el acto sexual esté claramente abierto a la transmisión de vida”.
Más explicito que Gandhi, el papa Pablo VI, en 1968, en la encíclica Humanae Vitae, juzgó la contracepción artificial como gravemente inmoral, y pronosticó consecuencias muy negativas:
- Camino fácil y amplio a la infidelidad conyugal.
- Multiplicación de divorcios y abortos.
- Los jóvenes serán especialmente vulnerables a la inmoralidad sexual.
- El varón, al habituarse al uso de prácticas anticonceptivas, podría perder el respeto a la mujer, hasta verla como un simple instrumento de placer egoísta.
- La anticoncepción podría ser un arma peligrosa en manos de las autoridades públicas.
Desde que se publicó esta encíclica los ataques a la moral sexual de la Iglesia católica han sido constantes. Por eso resulta instructivo saber a quién han dado la razón los hechos posteriores
A favor de los anticonceptivos se argumentó que acabarían con el aborto. Parecía una consecuencia lógica pero los datos demuestran que sucedió lo contrario: los abortos y los nacimientos extramatrimoniales se dispararon al mismo tiempo.
Las actuales feministas tampoco parecen más felices que sus abuelas, a juzgar por sus constantes lamentaciones. Hay que reconocer que no les faltan motivos. La violencia contra la mujer, tanto explícita como implícita satura las películas y videojuegos y, por supuesto, la pornografía. La alegría y la libertad también escasean en la realidad pospíldora, como los escándalos sexuales en Hollywood, que dieron lugar al movimiento #MeToo. Se diría que la revolución sexual, en lugar de la liberación prometida, dio carta blanca a la depredación. Francis Fukuyama coincide con la Humanae Vitae cuando escribe que “ la revolución sexual sirvió a los intereses del hombre”, afirmación que hoy parece irrefutable, cuando los escándalos de los abusos demuestran que la revolución sexual “democratizó “ el acoso. Ya no era necesario que un hombre fuera poderoso para abusar impunemente de una mujer o asediarla de modo implacable. Bastaba un mundo donde las mujeres usaran anticonceptivos, es decir el mundo, que tenemos desde los años sesenta, el mundo que la Humanae Vitae supo ver.