Inicio esta nueva andadura semanal, con el ritual heredado de arrancar la hoja del calendario y hacer balance de lo pasado, tal vez con la intención de no cometer los mismos errores en el futuro.
Febrero arranca con brío y sol. Viene cargado de promesas y buenos augurios. Llega anunciando el carnaval, el exceso y el descaro al que renunciamos durante el resto del año. Febrero es el preludio de la fiesta sin límites; el renacer de la vida tras el largo y gélido enero. ‘Febrerillo el corto’ es directo: va desgranando sus días dejándonos la sensación de mes de transición entre el duro invierno y la esperanza de la primavera que se atisba aún lejana.
La gente sale a la calle, busca el rincón soleado y se relaja pesando en que lo peor ya ha pasado, aunque en el fondo sepamos que quedan días crudos de invierno, que el frio sigue emboscado tras las barbas de marzo y que hasta bien pasado San José seguiremos llevando abrigo, bufanda y guantes, para no contradecir el viejo refrán de que en Cuenca hay sólo dos estaciones. El invierno y la del ferrocarril, aunque habrá que corregir este final de la frase porque, ¡ay!, sólo nos hemos quedado con el invierno. El ferrocarril, según dicen los amos del cortijo, no es ni siquiera necesario y mucho menos imprescindible. El caso es ir suprimiendo cosas poco a poco, dejándonos con la sensación de ser la ‘Reserva Patrimonial del Territorio del Jubilado y el Funcionario’, que es en lo que se está convirtiendo nuestra ciudad, por más que se empeñen los ilustres ’mandamases’ en repetirnos lo bien que vamos, el futuro tan esperanzador que aguarda a los jóvenes y la cantidad de oportunidades que se les van a presentar para desarrollarse y poder vivir en la tierra que les ha visto nacer. ¿Exagerado? Juzguen ustedes.
Y mientras todo esto sucede, volvemos a la rutina del nuevo mes: campaña sobre campaña, y ‘sobre campaña una…’, como el villancico machacón que acabamos de dejar atrás. Declaraciones y palabrerío; promesas y sonrisas; compromisos jamás cumplidos; baratijas de mercadillo que no valen ni el precio de la etiqueta.
Febrero arranca con sol. La Candelaria y San Blas han pasado de largo sin novedad reseñable. El invierno se aleja y la primavera se va acercando lentamente, hasta culminar a finales de mayo, “cuando face la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor”. Así reza el poema, aunque lo que va a florecer en mayo no son las florecillas, sino las urnas electorales, Y en tanto llega el día de poner el sobre en su sitio, ‘comamos y bebamos, que mañana moriremos’. Tomemos febrero por las orejas y disfrutemos cuanto podamos. La vida son cuatro días, y la mitad de ellos nos los pasamos votando. ¡Cuánto me acuerdo en estas fechas preelectorales de la película ‘El disputado voto del señor Cayo’!. Vuelvan a verla y luego me cuentan si algo hemos cambiado… Claro que hemos cambiado: sobre todo en la forma de vestir. Por lo demás…. Las promesas siguen siendo sólo eso, promesas.